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Cementerio de Espada: el primero de carácter público en Hispanoamérica

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LA HABANA, Cuba.- Entre las personalidades que lucharon con denuedo por mejorar la infraestructura de la Villa de San Cristóbal de La Habana en el siglo XIX, sobresale Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, obispo de La Habana desde el año 1800 hasta su muerte, en 1832, y director de la Sociedad Económica de Amigos del País, entre otros méritos.

El obispo Espada emprendió una vasta reforma de la Iglesia y las instituciones sociales de la capital, influyendo positivamente en los campos de la cultura, la educación, la moral de la diócesis, el saneamiento y las obras públicas. Precisamente en este último apartado se inscribe la construcción del primer cementerio público de Cuba y la América Hispana, acometida tras la prohibición de efectuar entierros en las iglesias, un hábito peligroso en el clima tropical, que en otros momentos había desencadenado epidemias mortales.

Con el apoyo del Gobernador General Don Luis de las Casas, el insigne médico Tomás Romay y otros importantes miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País, el camposanto fue erigido en la zona de extramuros, extendiéndose por el perímetro que hoy ocupan las calles de Aramburu, San Lázaro, San Francisco y Vapor, zona de colindancia de los municipios Centro Habana y Plaza de la Revolución.

La obra costó 46 868 pesos fuertes (equivalente cada uno a ocho reales españoles) e inicialmente tuvo forma de rectángulo cerrado entre muros, con espacio para 4 600 sepulturas y una capilla.

El proyecto y su ejecución corrieron a cargo del arquitecto francés Étienne Sulpice Hallet, y para embellecer la cúpula de la capilla fue contratado el pintor italiano Giuseppe Perovani. Poco tiempo después de fundado el camposanto, fue construida en sus proximidades la sala de San Dionisio, donde se impartían clases de Anatomía a los estudiantes de Medicina de la Universidad de La Habana.

En 1878 el Cementerio de Espada fue clausurado. Dos años antes había sido terminada la Necrópolis de Colón para suplir las necesidades de una ciudad capital que continuaba creciendo. No obstante, mientras se mantuvo funcionando, el camposanto fue motivo de orgullo para los habaneros y acogió el último descanso de importantes personalidades, como el propio Obispo de Espada —cuyos restos luego fueron trasladados al Cementerio de Colón—, José de la Luz y Caballero, Francisco de Arango y Parreño, el pintor francés Juan Bautista Vermay y el doctor Tomás Romay.