VILLA CLARA, Cuba.- 3:00 p.m., 33 grados Celsius, ni una nube pasajera que opaque la incidencia del sol que apuñala sin compasión a los transeúntes. Carlos Benavides, custodio de un centro estatal cercano al centro de la ciudad, regresa a su casa temprano esa tarde. Ha recorrido todos los merenderos aledaños al parque central en busca de un vaso de agua. Le cuenta a la señora que está delante en la fila de la parada de ómnibus que “el agua no se le niega a nadie”, pero no hay, le han dicho los trabajadores de las dos hamburgueseras, y en el establecimiento “por divisa” le ofrecieron un pomo por 50 centavos CUC. Carlos se ha conformado con un refresco caliente que cuesta un peso en moneda nacional.
“Yo pensé en mi nieta, que le gustan tanto los refrescos de latica”, se lamenta. “Prefiero aguantar la sed que gastarme doce pesos en un pomo de agua. Las dependientas me dijeron que las cisternas estaban contaminadas, que ellas traen el agua de sus casas, y que el refresco estaba caliente porque se había ido la corriente desde hacía tres horas”.
En los alrededores del parque Leoncio Vidal de Santa Clara, el punto más concurrido de la urbe, están ubicados varios establecimientos gastronómicos en los que se expenden determinados productos en moneda nacional y en divisa. Sin embargo, en ninguno de ellos les sirven agua potable a los clientes a no ser mediante la compra de uno de los envases marca Ciego Montero.
Hace cerca de dos meses, la empresa comercial TRD puso en circulación varios carros ambulantes para venderle agua a la población. No obstante, muy pocos cubanos pueden darse el lujo de invertir el equivalente diario de su salario en una botella del preciado líquido que la mayoría de las veces no tiene siquiera el enfriamiento adecuado.
Las temperaturas en el centro del país en los meses de junio y julio batieron récords históricos, topando los 35 grados en determinadas regiones de la provincia. A causa de la falta de fluido eléctrico, muchos establecimientos han dejado de vender los líquidos que precisan de refrigeración. “A los cubanos nos gusta darnos una cervecita de vez en cuando”, comenta Víctor Mendoza, que ha tratado de comprarse en vano una “Cristal” para paliar el calor. “A todos los lugares a los que he ido me dicen que está caliente o que la pusieron ahora mismo, o que no tienen hielo ni para un trago. No me queda más remedio que pagarla a 40 pesos a los cuentapropistas”.
“Entre el hambre y el calor a cualquiera le da un desmayo”, opina Yenisey Delgado, una muchacha que se abanica dentro de una de las tiendas colindantes. “Aquí mismo, no tienen el aire acondicionado puesto, dicen que se pasaron con el consumo que les tocaba para el mes, pero parece que eso pasó en todas las tiendas. Ya una no puede ni entrar a coger un diez, por eso la gente se arruga tan rápido en este país y anda de tan mal humor”.
En otro de los bazares situados en el boulevard de la ciudad una pareja pregunta por la venta de ventiladores. El señor que las atiende explica con cierto tono burlesco que no han entrado, que ni traten de pasar por otra TRD, que vayan a la “candonga” para ver si los revendedores tienen alguno. “No hay ventiladores, ni han sacado sombrillas que sirvan”, protesta ella. “Inconcebible que en un país tropical no te vendan esas cosas, y más ahora con la cantidad de dengue que hay por ahí, que no se puede dormir sin ventilador debajo de un mosquitero”.
Producto de la llamada Revolución Energética, la cadena de tiendas recaudadoras de divisa en Cuba dejó de comercializar aires acondicionados. Los cubanos que gozan de mejor situación económica y los que han podido viajar con frecuencia, importan estos equipos tanto para su consumo personal como para realizar negocios por cuenta propia. Solamente, un Split de una tonelada asciende al costo de 600 CUC en el mercado negro. En tanto, en estas propias TRD el estado cubano pone a la venta en pleno verano calentadores de agua a 176 CUC y ventiladores rotos si garantía comercial.
“A mí me quitaron un ventilador inventado con la secadora de una lavadora rusa que tiraba tremendo aire y me dieron este que se jodió a los dos años”, sentencia Julia Morales, una anciana vecina del reparto Escambray. “Mi hija lleva tremendo tiempo detrás de uno, que tampoco son baratos cuando los sacan, cualquiera no consigue cincuenta dólares. Aquí está todo al revés: las cosas del verano te las venden en el invierno. Mientras, a echarse aire con un cartón, que ya llegaron los apagones”.
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