MIAMI, Estados Unidos. — Antonio José Ponte es, quizás, poco conocido para las novísimas generaciones de cubanos; pero su nombre figura, hace décadas, entre lo más prestigioso del pensamiento crítico hacia el régimen comunista de La Habana.
Las referencias que corren por cuenta del castrismo, apenas señalan a Ponte como un prestigioso ensayista y escritor. Para de contar. Lo cierto es que este hijo de Cuba, nacido en Matanzas, es ingeniero hidráulico de profesión, y narrador, poeta, ensayista y guionista de cine por vocación.
Lo mismo dentro que fuera de la isla, Ponte ha defendido la pluralidad y la presencia de una cultura cubana más amplia que la impuesta por la ideología fidelista. Se ganó la estrecha vigilancia de la policía política por su insistencia en utilizar los intercambios profesionales para conectar a autores cubanos residentes dentro de la isla, con los exiliados. Sus frecuentes publicaciones en el exterior, y su relación con personalidades de la cultura que criticaban duramente al régimen de Castro, provocaron su exclusión de la literatura cubana contemporánea en los anaqueles del oficialismo.
Corría el año 2003 cuando Antonio José Ponte fue expulsado de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). La sanción se produjo, concretamente, porque el autor había aceptado, desde Cuba y como miembro de dicha institución, ser parte del consejo de redacción de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, una de las más importantes creadas en el exilio, en la cual se abordaban temas políticos, literarios y sociales. Por su trabajo en aquella publicación fue perseguido y acusado de recibir fondos de la CIA. Después de un tiempo en que tuvo prohibido salir de Cuba, Ponte emigró a Madrid en 2007, donde reside y trabaja desde entonces.
Su escritura, refinada y mordaz, ha cosechado un notable éxito dentro del género Ensayo, siendo el más significativo El abrigo de aire, una reivindicación del pensamiento martiano frente a las manipulaciones por parte del poder totalitario cubano. Su opinión sobre lo que significó José Martí y la repercusión que ha tenido su pensamiento político desde la República hasta la actualidad es de las más lúcidas que existen.
Su exilio no comenzó al abordar un avión y desembarcar en otras tierras. Para Ponte, el proceso de despedida inició estando dentro de la isla. Como otros opositores, que conocieron un hostigamiento mucho más terrible que el que hoy pesa sobre la novísima disidencia cubana, Ponte atravesó los círculos de la paranoia, el extrañamiento y la autocensura, antes de decir el adiós definitivo. Él mismo admite que ha podido sublimar aquellas experiencias gracias a la poesía y la literatura.
Han transcurrido quince años desde que decidiera exiliarse, pero Antonio José Ponte figura todavía en las listas negras de los no bienvenidos. No podría regresar, si quisiera, pero el autor reconoce que al menos no tiene encima la presión de otros emigrados, porque su familia vive en Miami.
Desde 2009 codirige el medio independiente Diario de Cuba. Entre sus obras figuran, además, Un seguidor de Montaigne mira La Habana, El libro perdido de los origenistas, La fiesta vigilada y el libro de cuentos Un arte de hacer ruinas.
En 2020 publicó una delicia de libro titulado La lengua suelta, una recopilación de textos satíricos sobre el panorama cultural cubano en la primera década del siglo XXI, firmados por su heterónimo, Fermín Gabor, y ampliada con un Diccionario de la lengua suelta. El título mismo sugiere que ahí no quedará títere con cabeza, pero se trata de una de las lecturas más informadas y amenas de los últimos años.