MIAMI, Estados Unidos. — El 5 de febrero de 1960 el naciente régimen cubano liderado por Fidel Castro restableció relaciones diplomáticas (rotas desde 1917) y firmó un acuerdo comercial con la Unión Soviética, en lo que marcó un punto de inflexión hacia la posterior sovietización del país caribeño.
En la misma medida en que el castrismo consumaba la expropiación de bienes de cubanos y estadounidenses en la Isla, Moscú preparaba condiciones para convertir a Cuba en un peón de la Guerra Fría.
A cambio de la sumisión política e ideológica, que declararía Fidel Castro tiempo después, la URSS y el bloque socialista del Europa del Este entregarían a la nación antillana los insumos, víveres y maquinarias necesarias para que esta consolidara un modelo estalinista.
El primer episodio de la sovietización de Cuba fue la Crisis de los Misiles, que terminó con la salida de la isla caribeña de los misiles emplazados por la Unión Soviética. El fin de ese conflicto militar y diplomático dejó a La Habana en su justo lugar, un actor sin peso ni poder para retar ni a Estados Unidos ni a sus valedores soviéticos.
Ante las voces que sugirieron a la dictadura tomar la referencia del modelo chino, Cuba aumentó aún más su dependencia de la URSS, que, a su vez, complacía los caprichos de Fidel Castro comprando su producción de azúcar.
Esa dependencia desmedida de Cuba al poder soviético terminó convirtiéndose en una bomba de tiempo que estallaría a inicios de los años noventa. Entonces, la caída de la URSS y del bloque socialista dejó al régimen cubano en la ruina absoluta —en la que todavía se encuentra— y sin sus principales socios comerciales.
Tres décadas después, el castrismo parece dispuesto a convertirá Cuba en peón de la Rusia de Vladímir Putin en el hemisferio occidental. Ya no estamos en 1960, pero la historia parece repetirse.