VILLA CLARA, Cuba.- Los miles de empleados por las cadenas de tiendas recaudadoras de divisas (TRD) que minan el país de punta a cabo, quienes desde el 30 del pasado mes quedaron cesantes en sus puestos kiosqueros por decreto olímpico que comenzó a soto voce y terminó siendo estruendo, han brincado de júbilo y canturreado y bailado en medio de la depresión creciente sin haber podido acceder a una tabletita de ansiolíticos perdidos en boticas, justo cuando sus exjefes, sin mediar esclarecimiento o explicación convincente ―ni falta que hace―, les han mandado alistarse con urgencia y discreción: a lavar y planchar el asfixiante, odiado uniforme, para retornarse en masa a sus antiguos puestos, lo que se divisa ocurrirá en breve, en este mismo mes bravío y ardoroso de banderizos y tribunicios celebrantes de victoriosas efemérides, tal como expresé en mi nota de junio.
Algunos seres sobresalientes en este hato de incrédulos buena-gente ―suspicaces por igual trastrocados bajo la súbita providencia― se han atrevido a preguntar sin levantar mucho la voz ni la mirada, la razón del redentor desagravio, habida cuenta que la excusa inexcusable fuera que las muy viejas y despintadas “instalaciones laborales carecían del necesario nivel de seguridad para seguir abiertas”, pero, ¿no sería para coartar asaltos y acabar con el truquito de dar baja por “mal estado” a mercancías susceptibles en temporada de apagones y goterones continuados?
Todo el mundo en este país de desfalcos múltiples, pifias desprendibles y poseedor de al menos dos dedos de frente como nuestro ilustre economista regidor, sabe que la verdad es bien distinta, por mucho que pretendan trasmatarla: la escasez imparable que ya está, el encarecimiento por los costes indirectos añadidos a la misma mercancía llevada hasta remotos lugares y que se venderá a idéntico precio que en los depósitos generales.
Hasta los periódicos impresos y diarios digitales de algunas provincias ―más otro atrevido de alcance nacional― entusiasmados con ciertos aires de aperturismo informativo (para balbucear lo que antes ni por asomo osarían), se enteraron leyendo a escondidas CubaNet o por los vecinos o los propios despedidos/despechados, que tal arbitrariedad “secreta” era en verdad de inminente aplicación, y reprodujeron selectas cartas, ditirambos insípidos y tímidas denuncias de una parte de la población atosigada por el secretismo nuestro de cada día, cualesquiera de ellas muy atinadas en su justo reclamo de devolver lo usurpado a las pequeñas comunidades periféricas/distantes de los grandes mercados, beneficiarias netas del ínfimo kiosquerío, al cual jamás acuden a comprar nada aquellos que sin consultar ni a su madre lo mandan cerrar. Pero eso sí, sin salirse en lo redactado ni una coma de la proforma rectilínea del órgano ideológico que no aguanta deditos incriminatorios ni apreciaciones pro optativas, puestos todos al día del peligroso desdore gubernamental que se produjo cual conato de incendio en forma de nuevo ramalazo torpe, por la cantidad de pueblo que se sintió despeluzado de antemano. Entonces recogieron pita, como decimos en casa, y mandaron a decirnos —para calmarnos momentáneamente— eso: nada.
Los purgados temporales irán de vuelta a sus puestos de lucha lo más calladitos posible, que aquí no ha corrido la sangre. Solo un par de semanitas de incertidumbre, y ya.
Los canales oficiales instalados para la (¿des?)información del soberano, como siempre que se trate de algo incómodo o adverso, han dicho ni pío acerca de estos renovados e inteligentes vaivenes socialistas ―los que parecerán bobería para el lector no-cubano acostumbrado a la vocinglería― pero que constituyen insulto extra al anhelado derecho de llegar a conocer un cabrón día qué afectará nuestras vidas de inmediato y cuales opciones que no sean el encarecimiento de la ya impagable puedan tener lugar en el futuro, si es que existe tal posibilidad de reputarnos ―otra vez― como seres utópicos, disfuncionales y bobalicones, consecuencia de congénitas chabacanerías.
Uno cree candorosamente que tales experimentos constituyen olvidables cosillas del pasado stalinoide, puesto que vamos “con paso firme” ―pausas/prisas aparte― a conocer “la democracia participativa”, pero cuando se somete a prueba la resistencia elástica del glorioso “estoicismo revolucionario”, pues descubre que los laboratoristas pruebalotodo continúan enguantados y prestos, halando hasta la asfixia por el gaznate, con el traje aséptico y la probeta echándole aún humo en las manos.