LAS TUNAS, Cuba.- “¡Eso es un bochorno! ¿No le va a tomar una foto?”, dijo una profesora jubilada a este corresponsal.
“¿Bochorno? ¿Por qué? Les quedó bien. Está bonito”, dije.
“¿Bonito? ¡Eso lo que da es pena!”, exclamó la profesora. “¡Mire a su alrededor!”, bufó.
Nos encontrábamos en la calle Vicente García, donde en otro tiempo se levantó un tostadero de café en Puerto Padre, en el Oriente cubano.
Expropiada en los años 60 del pasado siglo –como tantos otros establecimientos comerciales en Cuba–, la torrefactora había pasado a manos del Estado; pero hacía años que en ella no se tostaba un grano de café cuando, la madrugada del 8 de septiembre de 2008, el huracán Ike completó el inmovilismo estatista iniciado en la Isla en 1959, derrumbando el tostadero.
Ahora, en lugar de la torrefactora se levantaba una edificación sólida, diseñada con sobria elegancia, haciéndola parecer un juguete costoso tirado un basurero. Meditaba yo en el empeño de arquitectos y constructores al concebir y ejecutar aquel proyecto, cuando alguien se detuvo junto a la profesora y también arremetió, diciendo a este corresponsal:
“¡Sí, mire a su alrededor, vea esta barbaridad y muéstrela!”, dijo, siguiendo calle abajo.
El huracán Ike destrozó de forma total o parcial el 76,6% de las viviendas de Puerto Padre el lunes 8 de septiembre de 2008. Pasadas las tres de la tarde del martes 9, el vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros José Ramón Machado Ventura, llegó hasta la calle Vicente García, precisamente aquí, donde ahora este corresponsal volvía a detenerse.
Frente al derrumbado tostadero, ya transformado en almacén de café mezclado con chícharos, un grupo de personas accionaba una bomba manual procurándose agua potable. Llegados Machado Ventura y su comitiva a este sitio, los presentes se congregaron junto a los visitantes. Cortando por lo sano, María, una vecina del lugar dijo, “son recursos y no palabras lo que necesitamos”.
Pero Machado Ventura, también segundo secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), no traía ni palabras consoladoras ni recursos, sino una advertencia: sugirió a las víctimas del huracán recoger cuantas tablas esparcidas fueran útiles y enderezar tantos clavos como fuera posible, pues “recursos llegarán, pero no alcanzan para todos”, dijo entonces.
Y, efectivamente, como les aconsejara Machado Ventura, todavía hay gente recogiendo tablas dislocadas y enderezando clavos mohosos. Transcurridos poco más de siete años del huracán Ike, no pocos destrozos permanecen como los dejaron sus vientos.
Puerto Padre es un puerto sin muelle, una ciudad sin hoteles, un pueblo sin museo que cuente su historia; el punto donde se aspira a que lleguen cruceros con turistas, pero aún los restaurantes están por construir.
Como los recursos “no alcanzan para todos”, en lugar de edificar una ciudad turística, a los ordenanzas del Segundo Secretario del PCC se les ocurrió perpetuar una aldea policial, y entre paredes que se derrumban por toda la ciudad, Puerto Padre estrena en este 2016 una flamante Fiscalía, “para tostar acusados donde un día tostaron café”, dice un vecino.
En un país con tantas casas de familias apuntaladas, con tantas prohibiciones, donde constituye delito que el vaquero sacrifique una de sus reses para su sustento, como también en delito incurre el caficultor si por cuenta propia dispone de su cosecha, difícil es legitimar el quehacer de un fiscal, y, todavía más engorroso, embellecer sus oficinas mientras el museo del pueblo se cae en pedazos. S.O.S parece exclamar Cuba desde los pilotes del muelle que un día tuvo Puerto Padre.