LA HABANA, Cuba.- En el año 2013, Rigoberto estaba pensando qué hacer con su vida. Le habían diagnosticado una osteocondritis que en lo adelante le impediría seguir con su duro trabajo de albañil. En ese momento se enteró de que en La Habana estaban vendiendo motos eléctricas por piezas. Con sus ahorros y un dinerito prestado se compró una.
No sabía nada de esos equipos, pero inteligencia y destreza manual no le faltaban. Estuvo dos días armando la moto como si fuera un rompecabezas. Al final funcionó, y como había muchas piezas en las tiendas, decidió venderla en el doble de lo que le había costado. Con el dinero recibido fue corriendo a buscar lo necesario para armar dos más.
Esta vez sólo tuvo que dedicar un día a cada una de ambas. Cuando por fin pudo encontrar compradores, en las tiendas ya las piezas escaseaban, pues personas hábiles y con dinero se habían dado cuenta de que tarde o temprano podrían comenzar a revender esas partes, y las estaban acaparando. Llegó el momento en que uno de los comercios, en El Cotorro, se quedó sin piezas. Sin embargo, los vecinos del lugar las vendían de todos los tipos. A sobreprecio, claro.
Entre motos y fragmentos, Rigoberto se hizo mecánico a la fuerza. Se puso a estudiar todo lo relacionado con las motos eléctricas y llegó a tener un gran dominio de su trabajo. En un par de ocasiones se sorprendió a sí mismo, pues fue capaz de determinar lo que le pasaba a uno de esos vehículos con sólo oírlo y mirarlo. De ese modo fue ganándose una buena clientela para su tallercito de reparaciones.
Se puso más que feliz cuando supo por el periódico que en Las Villas iban a empezar a fabricar baterías para este tipo de transporte; también lo alegró que la empresa Minerva, según se anunció, se dispusiera a construir vehículos eléctricos de todo tipo, con lo que ya no sería necesario importar equipos chinos. A final de cuentas, mientras más motos se vendieran, más clientes llegaría a tener.
Tanto estudió, que navegando en internet logró incluso contactar con una fábrica china. Le informaron que ellos podían ponerle en la puerta de su casa cualquier cantidad de motos con piezas de repuesto, todo garantizado, al precio de 850 dólares cada una. El único impedimento es que el gobierno cubano no permite la importación a personas nacionales, de modo que no pudo empezar ese negocio.
Pasaron dos años y no se vio en las tiendas ni una sola de las baterías para motos que se iban a producir en Las Villas. De paso desaparecieron también las que venían de China. La demanda crecía, pues uno de los negocios más rentables para los cubanos emprendedores era ir a Panamá, cargar en un contenedor varias motos eléctricas a razón de entre 900 y 960 dólares, según el modelo, y enviarlas a Cuba pagando cerca de 200 por el transporte. Ya aquí, cada equipo se revendía en casi dos mil dólares.
Para desgracia de los improvisados negociantes, los panameños se enteraron de los pormenores de esas transacciones y casi duplicaron los fletes. Por su parte, en Cuba se establecieron nuevas regulaciones. El envío por barco tarda tres meses; por Aerovaradero o Palco, en ambos casos por avión, demora menos de 30 días, pero la ganancia es menor. Se siguen importando motos de varios modelos y marcas asiáticas por esa vía.
Recientemente el periódico Granma dio a conocer que en Cuba están ensamblando motos de mil watts, mucho menores que las Unico y Ava que se compran en Panamá. Esos nuevos equipos se venderán a razón de 1269 pesos cubanos convertibles (unos 1300 dólares). También anunciaron que se activaría en el Mariel una fábrica de motos y baterías.
Gracias a los buenos contactos que ha establecido en las tiendas estatales, Rigoberto sabe que, en lo que va de este año, el Estado sólo ha vendido 3 motos en Las Villas y 4 o 5 en La Habana. En lo que respecta a triciclos, únicamente se comercializó 1 en la capital. Las baterías siguen ausentes, ahora con un gran demanda por los años que hace que no se venden en la tiendas.
Todos los que tienen sus motos paradas por falta de esos acumuladores, esperan que en algún momento se cumpla lo que anunció el periódico; que, gracias a la fábrica de Las Villas o a la del Mariel, las imprescindibles baterías abundarán a un precio más asequible.
Mientras tanto, Rigoberto reza por que se salga de este impasse y él no se vea obligado a abandonar, por falta de clientes, su negocito de reparación de motos. Si esto llegara a suceder, tendría que inventar otro nuevo para subsistir.