LA HABANA, Cuba -Presentíamos que bajando del avión iban a interceptarnos. En efecto, en los controles de aduana, una funcionaria me aborda:
— Where do you from?. Le manifiesto que soy cubano, y que acabo de llegar de Lima, Perú.
— ¿Qué hacías allá?, fue la pregunta inmediata.
Le respondí que venía de cursar un seminario sobre Periodismo y Tecnologías de la Información y Comunicación.
— ¿Quién impartió el seminario?, fue la tercera interrogante.
— ¿Cuál es el motivo suyo de tanto interés en mí?, le respondo. Alega que es simplemente una encuesta rutinaria, y se marcha.
A Carlos Ríos, compañero del curso, le ordenan salir de la fila. A Regina Coyula la señala otro funcionario, que acto seguido balbucea: “son tres los objetivos especiales”.
Unos minutos después, a la vista pública y en tres mesas diferentes, abrieron nuestros equipajes. Sacaron todo. Revisaron cada objeto personal. Su interés eran las computadoras, memorias flash, y hasta el libro “Yo quiero ser presidente”, del periodista y escritor Alfonso Baella Herrera, y que está basado en las primeras elecciones de Barack Obama. Nos retuvieron nuestras pertenencias.
A Regina la habían introducido en una habitación. A Carlos lo cachearon en otra, conminándolo a que se bajara el pantalón. Buscaban un teléfono celular que no existía.
Los oficiales retuvieron nuestros ordenadores, cámaras y teléfonos móviles.
Estábamos decididos a recuperarlos. Nos plantamos en un rincón donde no obstruimos en espera de que nos devuelvan nuestras pertenencias.
Una oficial nos asegura que el trámite de reclamación y entrega puede extenderse un mes.
“Pues un mes estaremos aquí”, le impugnamos Carlos Ríos y yo.
Le revelábamos nuestra situación a cuanto empleado se nos acercaba. Quien dijo ser jefe de sala nos espetó que no permitiría “graciecitas”, y que cuando terminara su turno llamaría a la policía para que nos condujera.
Le echamos en cara que precisamente eso es lo que queríamos, que nos apresaran. Y que si nos liberaban sin devolvernos nuestras pertenencias, regresaríamos.
Regina decidió irse a su casa. Su red de amigos calentó las redes sociales conque nos habían retenido nuestras cosas.
Carlos y yo permanecimos sentados en las carretillas de transportar equipajes, hasta casi la medianoche, en que nos llamaron para devolvernos las propiedades. A mí me cobraron 60 pesos en moneda nacional por traer un disco duro externo de 1 MG, y 10 pesos por cada una de las tres memorias. Con el descuento se quedó en 42 pesos. Una absoluta violación, que me di el gusto de pagar y poseer por escrito, porque la ley permite importar hasta 5 discos duros y 10 memorias. A Regina aun no le han devueltos sus pertenencias.