VILLA CLARA, Cuba.- Tras más de veinte años yendo a su tumba en peregrinación, ayer 9 de enero hizo 67 años que, como los pájaros frágiles de la poeta matancera Digdora Alonso, este compositor caibarienense —ilustre y sencillo— se volviera también un golpe de “aire, luz, color y música”.
En un inhóspito cuartucho situado al fondo de un bar de mala muerte en Marianao, entre la más injusta y desoladora de las miserias que devora a los grandes artistas inválidos ya del arte —sus únicas armas—, murió Manuel Corona, ‘insiliado’ y ausente del pueblo costero que lo arrastró al mundo, donde antaño compuso armonías para la posteridad.
El hecho fue noticia dolorosa de un día, porque pronto solo quedó vivo en el recuerdo de los viejos amigos, admiradores e intérpretes incontables de sus melodías, las que por fortuna sobrevivieron en memoria del creador.
Como de costumbre, la Trova moderna rinde homenaje a sus precursores repetidas veces —cuando hay presupuesto disponible a lo largo y estrecho del caimán—, especialmente la muy reconocida santaclareña, que acude hasta su lápida en el cementerio local durante cada aniversario de enero desafiando el tiempo.
Esta cofradía de jóvenes talentos que desde los años duros del periodo especial se organizó espontáneamente en torno a una guitarra compartida cuando la conjuntivitis hemorrágica asolaba al país, se parangonó como “La Trovuntivitis”, es decir, mal que al final alcanza la cura y nos devuelve la visión.
En horas de la noche de ayer tuvo lugar el habitual concierto clausura de la jornada local al pie del monumento a Martí en el Paseo que lleva su nombre, con la inclusión de algunos invitados y fundadores.
Entre novedades en el programa de este año, la cantautora catalana Silvia Pérez Cruz estará por primera vez en el Longina el próximo sábado, en el Teatro La Caridad, y el coterráneo Javier Ruibal ya ofreció allí su música en el ámbito provincial.
Nombres como Yaíma Orozco, Leonardo García, Rolando Berrío, Raul Marchena, Alain Garrido, Miguel Angel de la Rosa, Yordan Romero, Karel Fleites, Yatsel Rodriguez, Michel Portela, Irina Gonzalez, Yunior Navarrete y otros bisoños competentes, nos han visitado y cantado a una voz sus arreglos ocasionales, en un programa que hospeda la capital mayormente, pero que nos regala una tarde-noche con los poetas consagrados de las cuerdas.
Los municipales consideran que —por derecho— este espacio les correspondería mejor en la organización anual. Pero todos sabemos cómo funciona la burocracia nacional si de otorgar espacios elitistas se trata. Teniendo en cuenta el estado desastroso de nuestras instalaciones culturales.
Manuel Corona (1880, +1950) fue uno de los conocidos como los cuatro grandes de la canción trovadoresca cubana, junto a los 3 brillantes santiagueros Sindo Garay (autor de La tarde, Perla marina, Mujer bayamesa…), Alberto Villalón (Boda negra, La palma herida, Me da miedo quererte…) y Rosendo Ruiz (Falso juramento, Confesión, Presagio triste…), aunque quizá de entre todos ellos, sea nuestro nativo compatriota quien más perviva a través de algunas liricas, coreadas por generaciones que le idolatraron, los mismos que conservan el encanto y la emoción de las viejas postales: “Mercedes”, “Aurora”, “Santa Cecilia” y de manera muy especial la popularísima “Longina”, escrita en 1918 cuando conoció abrasadoramente a Longina O’Farrill.
Nombres hermosos de mujeres que nos habría gustado conocer, y descubrir qué deslumbró de ellas a nuestro Manuel para hacerlas trascender al verso, el pentagrama y la eternidad serena a todas juntas. Como un harem colmado de sonora felicidad.
Estamos seguros de que habría escrito hoy también una “Roxana” —que no fuera al estilo roquero del grupo Toto ni a la falsa melancolía de un Silvio R, quien escribió una homónima pero con “s”— de haberse el bardo topado viva a esa ruso-cubana que hoy habita en el terruño y le recuerda a menudo en sus presentaciones.
Este atardecer, mientras en el cementerio evocaban bajo la batuta de la banda municipal la estelar melodía, en la puerta de entrada empedernidos románticos indiferentes a la solemnidad del sitio y al evento mismo, subidos a un colorido bicitaxi a la caza de pedestres, sonaban a rajar en sus bocinas de 10KB c/u el himno heredado en el país del año recién concluido: “Hasta que se seque el malecón”. Reggaetón poético como no hay dos, nominado hasta un Grammy de la música latina.
Nos quedamos pensando, hartos de la calamidad auditivo por todas partes: ¿Querrán esos muchachos desde el honesto fondo de sus almas, a diferencia de los trovadores que nos visitan ofreciendo veneración al maestro en su aniversario, irse en masa pa´llá… y a pie? ¿A luchar su premio también?
Quizá la justicia cultural triunfe un buen día, cuando la libertad regrese plena a Cuba y podamos seguir recordando a Corona sin interferencias inexcusables. Y además, quienes lo deseen, puedan hacer su bulla donde la prefieran sin destruirle el tímpano a nadie. Para bienestar del prójimo que Martí quiso sentir plenamente realizado.
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