LA HABANA, Cuba. – El desastre del transporte en la capital de Cuba no sólo se puede suscribir al pésimo servicio urbano por falta de ómnibus, hay también que agregarle las terribles condiciones que hoy presenta el otrora palacio del transporte nacional (Terminal de Ómnibus), cuyo deterioro arquitectónico ya está que le mete miedo al susto.
Por la Avenida de Rancho Boyeros, entre las calles Bruzón y 19 de Mayo, en el municipio Plaza de la Revolución, enfrente a la ya semi-destruida Sala Polivalente Ramón Fonst (terminada en 1991 donde antes había un concurrido parque de diversiones: La Feria de la Juventud), está enclavada la que en su época clasificó a nivel mundial como la segunda mejor instalación de ómnibus para el transporte de pasajeros hacia lejanas localidades, pues la primera se hallaba en Washington, Estados Unidos.
La Terminal de Ómnibus de La Habana, que consta de tres niveles, y costó tres millones de pesos, se inauguró el 29 de junio de 1951 con la partida hacia Cienfuegos del primer autobús, marca Camberra. La construcción de la misma se comenzó a finales de los años 40, por Moenck y Quintana S.A, una firma con sede en La Habana Vieja, propiedad de dos arquitectos cubanos, Miguel Ángel Moenck, y Nicolás Quintana.
En 1960, José Florencio Gelabert, escultor y dibujante cubano, colocó en la esquina de la Terminal de Ómnibus, hacia la calle 19 de Mayo, una alegórica fuente sobre la que corre una escultura titulada La Velocidad, tomando de modelo a una antigua diosa, mensajera de Zeus.
En la actualidad la fuente permanece descuidada, a oscuras por la noche, y siempre sin agua. A cada extremo de la Oficina de Reservaciones se encuentran dos relegados bustos de Martí. Por la fachada de los altos, pero a nivel del techo que recubre la entrada, aparece un letrero difícil de descubrir: Terminal de… (Y el dibujito de una guagua, como decimos en cubano). Y si se entra por el pasillo del costado, se verá el local del Café Ex-(preso), que sigue aún preso entre los escombros.
Al continuar caminando, se observa el penumbroso ambiente que predomina. Y todo aquel que se aventure a bajar por la escalera central, y se asome al sótano, saldrá huyendo aterrado. Luego, si logra recuperarse, y prosigue el avance, después de pasar los baños públicos, podrá detenerse ante un túnel por donde antiguamente salían los pasajeros con equipajes al término del viaje, el cual fue clausurado, a punto de colapsar. Por fuera del mismo, hacia el portal que da a la calle, abundan la suciedad, los grafitis, el mal olor a orina, y una acera que parece un colador. Los talleres de reparación, situados al fondo, por la calle Pozos Dulces, sufren una crisis de parálisis general.
Este reportero conversó con Manuel, alias el Mota, de 68 años, residente en Ayestarán, quien me comentó: “Desde que empecé a trabajar, siendo muy joven, hasta el sol de hoy, en que me jubilé como arquitecto, he venido a esta Terminal. Yo visitaba noche tras noche, primero la desaparecida Feria de la Juventud, de martes a domingo, porque los lunes no abría. Conocí en mis años mozos a mucha gente soltera igual que yo, que veníamos a conquistar mujeres. Ellos te pueden dar testimonio sobre el pasado esplendor de esta Terminal de Ómnibus y sus alrededores… Hasta desaparecieron los oportunos maleteros, con sus carretillas especiales, situados en la puerta principal”.
De frente a la propia Terminal de Ómnibus, exactamente a una cuadra, se levanta el edificio del Ministerio de la Construcción, el cual se encarga (entre otros objetivos) de velar por el mantenimiento constructivo y la rehabilitación de la Vivienda, y de las Urbanizaciones. Lamentablemente, como reza el dicho: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.
La triste verdad, es que ni el ministro de la Construcción, ni los viceministros, desde sus cómodas oficinas del piso sexto, y disfrutando al máximo de las prebendas del poder, en medio de una burocracia mediocre, jamás se han hecho sensibles a los sufrimientos del ciudadano de a pie con el transporte, y mucho menos han querido asomar sus narices desde la altura del despacho por alguna ventanita, para atisbar (sólo por un minuto) el estado paupérrimo de la histórica Terminal de Ómnibus de La Habana, patrimonio espiritual de toda Cuba.