LA HABANA, Cuba.- Magdalena está cansada de trabajar desde hace 27 años por un salario miserable con el que no puede comprar casi nada. El apartamento y los muebles que tiene los heredó de sus padres. Vive en el barrio de El Vedado, el más deseado y uno de los más modernos de La Habana y de Cuba. Pero pese a sus estudios universitarios no ha llegado nunca a ganar 400 pesos mensuales, que al cambio actual serían unos 16 dólares.
La vivienda que obtuvo como herencia tiene tres cuartos y tres baños. Le queda muy cómoda, porque en ella actualmente sólo viven Magdalena, su esposo, sus dos hijos y una tía-abuela de 90 años. Pero todos los muebles que compraron sus padres décadas atrás están rotos, algunos llenos de comején; los azulejos de los baños, cuarteados; y la plomería es un desastre. Por ello han tenido que ir clausurando pilas y tapando salideros. Lo peor es que con el poco dinero que entra en la casa no tienen manera de repararlos o reemplazarlos.
Hace poco, una vecina le dijo que conocía a alguien que le daba 50 mil pesos cubanos convertibles (CUC, que equivalen a una cantidad similar de dólares) si vendía el apartamento. En un inicio, Magdalena se negó, pues no pensaba dejar el barrio en que nació y se crió, ni los vecinos que toda la vida ha conocido. Pero después, como reza la frase popular, “se le alumbró el bombillo” y se fue a internet para visitar los sitios de ventas y permutas de casas, como www.revolico.com, www.porlalivre.com y www.cubisima.com
En estos sitios pudo comprender que por su apartamento, en las condiciones en que está, puede aspirar a hasta 75 mil CUC; esto debido a que está en El Vedado. Uno igual que ese, pero en el municipio capitalino de 10 de Octubre, cuesta 40 mil. En Boyeros, al sur de la misma ciudad de La Habana, los 75 mil le alcanzarían para comprar una mansión o hasta una finquita. Esto ha abierto ante Magdalena una lista de posibilidades que ella ni siquiera imaginaba.
Una de las cosas que puede hacer es comprar un apartamento de dos cuartos en La Víbora, en un edificio de los años 50 (los mejor construidos en La Habana) en 20 mil. Aunque queden un poco apretados, podrían sacar de lo restante para comprar además un carrito bastante bueno, que le costaría 10 mil. Con el dinero que sobre podrían rememorar la famosa película de Federico Fellini y “vivir la dolce vita”.
También hay la variante de comprar dos viviendas: una para residir en ella y la otra para alquilarla; de ese modo tendría la posibilidad de vivir de la renta por un tiempo, al menos hasta que su hija se case. Otra opción sería comprar un apartamento similar al que tiene; el dinero restante le alcanzaría para adquirir un par de viejos automóviles norteamericanos remendados (“almendrones”, se les llama en Cuba). Podría convertirlos en taxis colectivos, y los choferes tendrían que entregarle cada día, por concepto de arriendo, 20 CUC, una suma que la pobre profesional universitaria no ha visto junta ni cuando ha cobrado su sueldo mensual.
Magdalena está feliz. Ya con más de 50 años de edad, finalmente tiene planes de futuro: vender, comprar, modernizarse, prosperar; en una palabra: cambiar. Tuvo suerte de que sus padres lograran hacerse de una propiedad en El Vedado; si no, ninguno de sus planes tendría sentido. Los que viven en municipios alejados del centro de la ciudad —como La Lisa o San Miguel del Padrón— no pueden aspirar a hacer buenos negocios con sus viviendas, aunque se trate de verdaderas mansiones. A lo sumo, podrían permutarlas por algo más pequeño en la misma zona y recibir un dinerito extra: una minucia a la que en Cuba le llaman “un vuelto”.
Ahora, y por primera vez en su vida, Magdalena tiene esperanzas.