VILLA CLARA, Cuba.- Buscar esta semana y no encontrar por lado alguno un regalo útil, hermoso, y sobre todo importante; que sea costeable y que la buena (y la mangrina) mamá agradezca sin poner caritas ni amenazar con dejar al núcleo familiar hambriento en ascuas sobre la mesa, es, por designio celestial, “tarea de todos”.
Para comenzar, desaparecieron hace mucho de muchos lados (no sabemos si del Reparto Siboney o 5ta y 42 también) las chucherías y las golosinas que encantarían a mujeres sencillas hartas desde su fundación del cotidiano “cocinaíto” ―fueran baratas o caras―, las galleticas dulces de importación y las saladas irrompibles de producción nacional, ¡los helados! que no se divisan ―ni en divisas― desde la última glaciación, y la leche (en polvo), postremo recurso para el humilde que consiguió los dineros con que hacer rumiar estas vacas flacas de la sequía, se perdió el brillo del papel aluminado y ahora vienen ―cuando vienen las muy cabronas― en unas bolsas ocre e inmirables que invitan a desterrarlas inmediatamente de enfrente. Porque si las concedes, las das como presente a tu peor amiga/mejor enemiga, habrás de rescatar al decorador empírico que todos tenemos dentro, camuflando aunque sea con bolígrafo tan pálida envoltura.
Indagar en ―los demás lados que falte― dónde han quedado regados los vestigios del otrora “buen gusto” del pueblo de Cuba a la hora de adquirir cacharros con los que conferirse momentánea felicidad, e inmunizar a otros con la extraviada nobleza del trato recíproco más las buenas costumbres que hicieron de este país sitio encomiable, solidario con donaire, constituye pues otro reto inenarrable.
Los antagonistas de moda: cuentapropistas y las tiendas, lo mismo en “divisas” que en pesos “cubanos (escindidos artificialmente por la “autoridad”, como si ambos no fueran igual de inservibles en su papel de moneda baldía en una nación atrofiada) andan desesperados por vender y vender… hasta la frivolidad. Y lo consiguen, no obstante, pues contamos con un pueblo enérgico y viril que llora… cuando le pasan la cuenta.
Moñas ridículas de flores de artificio que claman por dedicaciones post mortem, yesos absurdamente supra coloreados con animales místicos/mixtos, artículos inconexos de la peor bisutería de hojalata/plástico/incomodidad, bolsas de celofán convoyadas con aseos personales escogidos por gente ducha en no bañarse y perfumarse, cintas y lazos alegóricos de algún desfile rococó en plena parada militar, y alguna bebida edulcorante con maíces saltarines en las brasas incluidos que evocan a la familia Borgia (¿arsénico y encajes?), te aturden indiscriminadamente de un tirón en estas fechas vulgares, y te derrotan como un mequetrefe en el acto pueril de contemplarlos.
Las horrendas postales floridas que oferta Correos de Cuba para felicitar a nuestras progenitoras con nuevas arborescencias antiecológicas prohijadas por tijeras y cizallas, prometen llegar el mismo día a sus destinatarias (y destinatarios, aclaro, porque hay hombres que se sienten tremendamente madres) o tal vez lleguen, olorosas a cartero jadeante de pedalear y mustias ya en el fondo del jolongo manoseado, pero dos pisos más arriba o tres cuadras más allá, y al día siguiente sean dadas, no el maternal domingo. Así alguien las confunda bajo nombre homologado en dirección errada. O el jerarca del CDR encargado en distribuirlas por subordinación zonal, equivoque los rumbos de la cartulina tras haber bebido un tin la víspera (en la cadena “Rumbos” precisamente, ya que vino un pariente “de afuera” y no precisó echar mano esta vez al esmirriado fondo del comité destinado a coronar cuando se muere un combatiente).
Nada, que este domingo haremos todos los nacidos ―y los que están por nacer― una gran cadena de oración por nuestras viejitas alicaídas, timoratas y desprovistas del regalo decoroso/decorado que merecen, elevando al ser supremo nuestras mundanas plegarias, para que los años que resten por vivir aquí debajo nos sean mejores, pasables e impere la lógica dinámica en los días sobre la irracionalidad estatuida.
Para que se acabe por resolución moral ―y humanitaria― el kitsch que enseñorea nuestras almas sin escrúpulos, garbo ni permiso, y en el nombre de todos los tiempos futuros de la patria hoy desflorada e hiperbólica. Así sea, amén.