LA HABANA, Cuba.- La Federación de Mujeres Cubanas cumple 57 años de creada y todavía no logra representar a nadie. Al menos no a mujeres opositoras, o a mujeres pobres, a víctimas de violencia, ni a mujeres artistas ni a mujeres no heterosexuales.
“¿A quién le preguntan si quiere pertenecer?”, pregunta Leonor. “Todas pertenecemos aunque sea sin quererlo”, por lo que es lógico que la organización progobierno haya anunciado en el mes de febrero de este año que cuenta con la membresía de 60 mil jóvenes.
La FMC es, para muchas, simplemente “la Federación”. Para Iris Ruiz, teatrista y madre de seis hijos, por ejemplo, “en realidad” la FMC “no es nada; burocracia y nada más”. Tiene definido que “no es el lugar donde tu acudes corriendo porque vas a ver cómo te resuelven. Es como el CDR, una organización obsoleta”, apunta.
Kirenia Yalit Núñez, psicóloga y coordinadora general de la Mesa de Diálogo de la Juventud Cubana, cree que “el que no funcione la FMC tiene que ver con su vinculación política en función del interés del gobierno y no de las mujeres”.
Para Mirna Dycksson, mujer queer, la representatividad de la organización se diluye en que representa a “la mujer políticamente correcta, la heteronormada, la integrada, la ama de casa, la que hace la guardia del CDR, la que paga la cotización”.
Sin embargo, “pierde de vista a las minorías”, añade Dycksson. “Es una idea tan general que no se deja ver en las microexpresiones de la diversidad dentro de la mujer cubana”.
“Su principal objetivo tiene que estar en función de representar a las mujeres y eso significa una tipificación de la sociedad”, analiza Kirenia Yalit, “pero una vez que su objetivo está en función de una ideología, pierde por completo la representatividad”.
Por eso Yusmila se preguntó dónde estaba la FMC cuando se convirtió en victimaria luego de ser víctima de su marido por más de cuatro años; y Sunilda se pregunta cuándo llegará el apoyo por tener cinco hijos y vivir en condiciones paupérrimas; o Raisa, que protestó mucho pero la botaron del trabajo por gustarle la misma mujer que a su jefe, o sea, por ser lesbiana.
“Una organización de esta magnitud debería estar separada del Estado”, continúa su análisis Kirenia Yalit, “porque tiene que haber una relación de contrapartes, no se puede ser juez y parte, y se supone que estén para defender a las mujeres”.
El programa de la FMC de protección y orientación a la mujer existe, pero hay que “tocarles a la puerta; si no, no llega a nadie”, de eso está segura Iris, que permaneció durante casi dos años ocupando de forma ilegal una casa abandonada, porque no tenía donde vivir.
“No me sentí ni apoyada ni atacada”, cuenta su experiencia la teatrista. “Ya te digo, es una organización nula. Por esta casa pasó todo el mundo: (miembros del) Partido (Comunista), Salud Pública, trabajadores sociales, (Ministerio de) Educación, pero la Federación de Mujeres Cubanas no pasó nunca”.
Mirna Dycksson cree que la federación solo sufre la misma “apatía” que padece el pueblo cubano en general por las “organizaciones políticas y los programas sociales”, y logra ver, aunque con sus críticas, lo que las demás mujeres entrevistadas no ven.
“La FMC llega a esos lugares y le ofrece a las mujeres talleres de idiomas, de corte y costura, de fotografía, pero lo contradictorio de esto es que a la hora de promocionar, de la calidad y de la estética de estos programas, se pierden”, dice refiriéndose a municipios como San Miguel del Padrón y Marianao, con un alto índice de pobreza.
“Es que no son programas hechos desde la visión de la base, sino desde la visión de quien dirige la FMC”, concluye Mirna
“Me considero una mujer medianamente informada, y créeme, el programa de la federación no llega a nadie. No hay un espacio de promoción”, que no es lo mismo que la propaganda política de la que son portavoces los medios oficialistas.
¿Mujeres cubanas empoderadas?
“¿Empoderamiento, y eso qué es?”, se pregunta Clarita, que con sus 70 años ya “estaba crecidita cuando surgió la Federación y más que libertad lo que nos trajo fue doble jornada laboral: en la calle y en la casa”, Clarita saca la cuenta de lo que ha costado en Cuba a las mujeres la “paridad de género”.
“El gobierno se ha encargado de hacer mucha propaganda de que las mujeres están empoderadas”, comenta Kirenia Yalit en su condición de psicóloga, “pero solo hay que escuchar el discurso que manejan en los medios para ver cómo nos ponen en situaciones de vulnerabilidad constantemente. No digo que no existan machismo y violencia, pero ya es tiempo de cambiar el discurso de víctimas”, y se refiere a la adjetivación, al tono edulcorado y novelero que manejan en reportajes y documentales aprobados por el Estado.
La FMC llama empoderamiento de la mujer cubana a los porcientos que promovió en febrero junto a las 60 mil integrantes. Según sus datos, el 48% de la fuerza laboral en Cuba son mujeres y de las plazas con títulos universitarios las mujeres constituyen un 52%.
Sin embargo, para Iris el empoderamiento de las cubanas implica otras cosas. Su análisis parte de la situación de la ciudadanía en general.
“Los ciudadanos cubanos no están empoderados. ¿Por qué la situación de nosotras tendría que ser diferente?”, y concluye: “Hay un discurso muy vertical que no permite que como ciudadanos tengamos participación, y como mujeres, requetemenos. ¿Si aún una de nuestras preocupaciones son las ‘íntimas’ (almohadillas sanitarias) que nos venden en la farmacia, en qué tiempo vamos a empoderarnos? Claro, hay algunas muy preparadas, muy cultas, pero la media, la mayoría, el promedio, no sabe ni qué significa la palabra”.
El empoderamiento de la mujer es una serpiente que se muerde la cola, como casi todos los procesos sociales que forman parte de los cubanos contemporáneos. Según Kirenia Yalit este fenómeno tiene dos niveles, “uno que viene de las instituciones, de la sociedad que proporciona mecanismos para empoderar a la mujer; y el otro es lo que puede hacer cada quien según su personalidad con esos mecanismos”. Justo en este punto radica la trampa: si no hay educación a la hora de identificar estos mecanismos ni en cómo emplearlos con eficacia, las mujeres cubanas seguirán confundiendo ollas arroceras con poder y libertades.