LA HABANA, Cuba.- A tenor con las nuevas políticas culturales, diseñadas por comisarios con mentalidad de bodegueros y que propugnan que el arte y la cultura sean rentables, la Feria del Libro cada vez se mercantiliza más y se aleja de sus propósitos iniciales.
Este año, más que libros, en la Feria de San Carlos de La Cabaña se vendieron accesorios de ordenadores (mouses, teclados, bocinas, etc.), camisetas y afiches de fútbol (del Barcelona, del Real Madrid), gorras, juguetes y comida, mucha comida, que ofertaban los quioscos que había por doquier.
Hubo mucho menos stands nacionales que otros años. Los espacios que otrora ocupaban fueron comprados por extranjeros, en muchos casos, para vender mercancía extra-literaria.
La oferta de libros fue pobre y poco interesante. Pero eso no es noticia: hace tiempo que es así. La novedad fue que los comisarios se atrevieran a permitir la publicación de 1984 de George Orwell , 68 años después de que fuese escrito, en 1948, y más de 56 años después de que apareciese en Cuba publicado por una impresora privada a la que le quedaba poco tiempo para ser intervenida por el Estado del Gran Hermano. Pero sacaron el libro por buchitos, hubo colas, empujones y rebatiñas para comprarlo, y se agotaba enseguida.
Además de 1984, los libros más vendidos fueron los infantiles y algunos de auto-ayuda.
Lo demás, en cuanto a libros, algunos de bolsillo de autores y editoriales extranjeros, pero caros y en CUC.
Y este año, de los libros de Leonardo Padura, que son de los más demandados, nada.
La música que salía por los altoparlantes, grabada o en vivo, casi siempre timba y reguetón, era atronadora. Apenas permitía escuchar lo que se hablaba en las presentaciones de los libros.
Los cubanos ya no leen tanto como hace 20 o 30 años atrás. No es tanto porque se hayan embrutecido y porque tienen demasiados problemas que resolver, sino porque los libros buenos, los pocos que aparecen, resultan caros para sus bolsillos y son difíciles de conseguir.
No obstante, cada febrero, cuando llega la Feria del Libro, San Carlos de La Cabaña se llena de público. Solo que la mayoría no va por los libros, sino a pasear y a comer, a socializar, a pasar el rato.
Triste panorama para los amantes de la literatura.