LAS TUNAS, Cuba.- Confieso que me hubiera gustado estar en Miami por estos días. Me hubiera gustado estar en el Versalles y en La Carreta. Sí. Me hubiera gustado estar en la Calle 8 y en el Versalles la madrugada del 8 al 9 de noviembre, cuando Donald Trump ganó las elecciones, y también me hubiera gustado estar allí la madrugada del 25 al 26 de noviembre, cuando Fidel Castro murió.
Mi deseo de estar en Miami no obedece a motivos turísticos o familiares, que los tengo, sino a curiosidad histórica, sociológica, periodística: para conocer el capítulo de la historia no contada en Cuba referente a la muerte del Che Guevara, en Miami debí entrevistar a Félix Rodríguez Mendigutía, el último cubano que habló con el guerrillero argentino.
Y para saber la edad, sí, el número de años de los anticastristas de Miami, cómo supe el número de balas en posesión del Che Guevara al rendirse, y que el “guerrillero heroico” se entregó al soldadito boliviano que lo tuvo en la punta de su fusil porque “imagínate, era un momento muy duro”, me dijo Félix y no porque la “pistola estaba sin magazine”, según dijo Fidel Castro al mundo en velada solemne; sí, para saber si los anticastristas de Miami son sólo viejos, o también los hay nuevos, como el magazín repleto de la pistola del Che Guevara en Bolivia, había que estar en la Calle 8, cuando Donald Trump ganó y Fidel Castro murió.
Según decía la prensa oficial cubana, y sus colaboradores residentes en Estados Unidos, el exilio anticastrista domiciliado en Miami era puro fósil, ancianos, anclada su hostilidad en los años 60 del pasado siglo. Y algunos nos preguntábamos: ¿Eh, y esta gente no tiene hijos, nietos y bisnietos…? ¿No le contarían su historia? ¿A los descendientes de los exiliados no les interesa el pasado de sus mayores?
Pues no: la prensa oficial del régimen y sus colaboradores residentes en Estados Unidos nos decía que no, repitiéndonos que el anticastrismo en Miami era cosa de viejos y de viejos negocios.
A decir verdad, resultaba más difícil saber si la pistola del Che tenía balas o no. Eso había que preguntárselo a Félix, a Benigno, y uno estaba en Miami y otro en París, y para saber la edad del anticastrismo en Miami, después que Trump fue a la Brigada 2506 y dijo lo que dijo, no era necesario ni estar en la Calle 8. Bastaba sentarse a esperar el resultado de la elección Clinton-Trump.
El resultado es harto conocido En español con fuerte acento de inglés americano, escuché voces jóvenes hablando de padres y abuelos cubanos, diciendo por qué habían votado por Trump y no por la señora Clinton. El plebiscito era un hecho consumado.
Por si no fuera suficiente la elección en primera vuelta, en el ínterin Fidel Castro se muere. Amigos de La Habana y de Miami no me dejaron dormir esa madrugada. Mi amigo Adriel Reyes me despertó con la noticia pasadas las tres de la madrugada: “¿Usted ya sabe que Fidel Castro murió, Alberto?”, escuché a mi amigo como en un sueño y no despertando.
Mis amigos me dijeron que, aquella noche, a jóvenes que habían andado de copas en La Habana, la muerte de Fidel Castro les había concluido la parranda, las autoridades les habían cerrado los lugares de fiesta.
Y me dicen que en Puerto Padre, dos borrachitos por asuntos de fiesta y no de muertos, fueron conducidos la noche del fallecimiento de Fidel Castro. Esos arrestos no son nuevos: en 1967 el Dr. Edgar fue preso en Las Tunas y fue a la cárcel por beber cerveza mientras, en La Habana, en un discurso Fidel Castro decía de la muerte del Che Guevara y de su “pistola sin magazine”.
Otro era el panorama en Miami este 25 de noviembre: por sí mismos, los jóvenes habían salido, no porque les hubieran cerrado los sitios de jolgorio, sino… porque se habían ido a la Calle 8 de fiesta.
Triste, muy triste, que los jóvenes deban alegrarse de la muerte de un viejo. Ahora habrá que ver de qué lado está la juventud y en cuál lado la chochera.