LA HABANA, Cuba.- Resulta sumamente contrastante que, pese a la retórica antimperialista con que el gobierno cubano intenta minimizar la mejoría de las relaciones Cuba-Estados Unidos, siguen sucediéndose pasos por parte de la administración norteña que tienden a consolidar esa nueva situación en lo posible, como por ejemplo en el campo cultural.
Y hay dos hechos que, en la última semana y dentro del mundo de la danza, demuestran bien esa actitud del gobierno norteamericano. Uno es el otorgamiento del Premio Internacional de Honor del Programa de la Juventud de Artes y Humanidades 2016, que otorga el Comité del Presidente de los Estados Unidos para las Artes y las Humanidades, a la escuela Dance Cuba, de Lizt Alfonso, que la reconocida directora recibió en la Casa Blanca de manos de Michelle Obama, primera dama de EU y presidenta de honor de ese Comité.
Según el portal digital Cubarte, perteneciente al Ministerio de Cultura, “el premio reconoce el trabajo que se realiza en Cuba para fomentar el desarrollo de las artes y las humanidades ponderando el valor de la instrucción en las aulas. Esta distinción tiene el propósito de apoyar programas comunitarios de escuelas y artistas que trabajan con niños en todo el mundo”.
Pero quizás resulte más significativo el segundo hecho: la visita a Cuba que, durante cuatro días, acaba de realizar la primera bailarina del American Ballet Theatre (ABT), Misty Copeland, como parte del Programa de Embajadores Culturales y Deportivos del Departamento de Estado de Estados Unidos, que busca promover las relaciones entre las dos naciones.
El ABT, cuna del Ballet Nacional de Cuba (BNC), no había mantenido lazos tan estrechos con esta institución danzaria en el último medio siglo como los que ha sostenido en los seis últimos años. En 2010, durante la edición 22 del Festival Internacional de Ballet de La Habana, esa compañía de Nueva York, la más importante de su tipo en Estados Unidos, visitó nuestro país por vez primera después de cincuenta años.
En aquella ocasión, vino Misty Copeland —también en su primera visita—, que era entonces una de las pocas afrodescendientes en desempeñarse como solista en la renombrada institución. Ese puesto lo ejerció durante casi una década, hasta que en 2015 fue designada para el rol más encumbrado, primera bailarina, que en los 75 años de historia del ABT ninguna otra artista afroamericana había conseguido.
La Copeland es un buen ejemplo del crisol de razas, o melting pot, en que ha sido forjada la nación norteamericana. Nacida en 1982 en Kansas City, con ascendencia africana, alemana e italiana, creció luego en California y se formó, con un tardío inicio, en la Escuela de Ballet de San Francisco.
En su visita de cuatro días como Embajadora Cultural del Departamento de Estado de su país, la destacada artista sostuvo un encuentro con estudiantes de la Escuela Nacional de Ballet, visitó las sedes de las compañías Ballet Lizst Alfonso y Acosta Danza, que dirige Carlos Acosta, de relevante carrera en conjuntos danzarios tan importantes como The Royal Ballet y el propio ABT. Por supuesto, tuvo además una cita obligada con Alicia Alonso, directora del BNC.
La sede de esta última compañía fue, sin dudas, el punto más importante de su itinerario de cuatro días, pues allí la estilizada y pequeña bailarina se reunió con Miguel Cabrera, historiador de la institución, y con bailarines y directivos, aparte de incluirse, vistiendo la sencilla ropa de ejercicio, en una clase que impartió la maestra Consuelo Domínguez en el exclusivo Salón Azul de la casona de Calzada.
Para la Copeland tiene que haber sido una experiencia muy señalada, pues ese lugar ha sido el alma máter de grandes ejemplos de la danza imprescindibles para ella, como José Manuel Carreño o los propios Carlos Acosta y Alicia Alonso, que además tuvieron un alto papel, como ella ahora, en el ABT.
En palabras pronunciadas allí, Miguel Cabrera relató que, de los 40 miembros del conjunto original, solo 16 eran cubanos, pues el BNC, si bien nació por la colaboración de bailarines norteamericanos, no fue “de cualquier compañía, sino del ABT, una compañía de la que Alicia y Fernando Alonso fueron miembros fundadores”, pues habían viajado a Nueva York muy jóvenes para hacerse bailarines profesionales. “Y Alberto Alonso, el padre de la coreografía cubana, también fue miembro de él”.
Luego de esa estancia de Misty Copeland en la legendaria institución, queda allí más esperanza que nunca en que se profundicen los lazos entre los conjuntos de ballet más importantes de los dos países. Según el historiador Cabrera, “el intercambio entre ambas compañías fluye muy natural”.
Pero algunos temen que, con la presidencia de Donald Trump, ese intercambio vuelva a debilitarse.