LA HABANA, Cuba. -Ayer se estrenó en el espacio televisivo Lente joven, del Canal Cubavisión, El cortometraje Los Bañistas, del guionista y director de cine Carlos Lechuga. Ha sido premiado en diversos certámenes nacionales e internacionales, como el Hugo de Plata de Chicago, el Premio Coral del Festival de La Habana, y la Primera Mención en el Festival Latinoamericano de Amberes, Bélgica.
En sus pocos minutos de duración, resume el infortunio que los cubanos de a pie, y la manera que encuentran para sortear los escollos en sus vivencias cotidianas.
Trata de un profesor de natación que debe a entrenar a un grupo de niños de primaria para una competencia, pero el trabajador encargado de llenar la piscina le avisa que el motor del agua se ha averiado, por lo que resulta imposible hacer el entrenamiento. Contrariamente a la resignación, el personaje se agarra al “clavo caliente”, que no es más que un mecanismo de defensa por la falta de oportunidades que en forma de muro de contención se le manifiesta y debe solucionar, o perece en la lucha.
Además de maestro de natación, el personaje protagónico (caracterizado por el actor Osvaldo Doimeadiós), se dedica a la venta de tela y frascos de yogurt, pues su salario no cubre todas las necesidades y apenas alcanza para mantener a la familia. De manera tristemente humorística, comienza la verdadera ejercitación: el maestro y los niños, tocan puertas y ofrecen los productos con cara de lástima, esta complicidad los ayuda a ganar tiempo.
El color de la tela (rojo), que nadie quiere comprar, es quizás el símbolo del comunismo, la utopía promisoria de un futuro que nadie necesita. Los niños son la fuerza motora que no le teme a nada.
Los escenarios por donde emprenden los personajes su odisea de mercaderes, nos muestran la soledad del campo, una barriada pobre, donde las paredes macilentas están llenas de borrosos mensajes revolucionarios, y la pintura descolorida de un héroe. Mensajes no tan subliminares de un país con una arruinada ideología.
Con el saldo de la venta, llegan a una instalación donde existe una piscina con todas las condiciones, pero no pueden acceder a ésta, pues se encuentra alquilada por unos jubilados. Entonces aparece el estereotipo del vividor-oportunista que está a cargo, y se niega a aceptar el exiguo soborno del profesor (unos pesos y cinco pomos de yogurt), “lo quiero todo”, le dice, “me arriesgo a perder mi puesto de trabajo”. Surge el dilema: paga y se queda sin un centavo para que los chicos usen la piscina, o le lleva el dinero a su familia.
Alentador final de los niños braceando y moviendo los pies, encima de sillas en sustitución al agua de la piscina. Se ve la imagen de una anciana que baila sin zapatos y sin música.
Queda claro: la alegría y el optimismo del cubano no entienden de frenos ni de mordazas.