LA HABANA, Cuba.- Las instituciones estatales responsables de la higiene y embellecimiento de la ciudad le dan “atención diferenciada” a las zonas turísticas y a donde vive la cúpula gobernante
En la reciente reunión del Consejo de Ministros, Raúl Castro expresó: “Tenemos que desarrollarnos (…) Tenemos la posibilidad de hacerlo, ahí está el turismo, cada hotel que terminamos es una fábrica abierta”. Hace varios años el gobierno cubano prioriza las inversiones en el sector turístico porque es el que le aporta abundantes divisas. En noviembre de este año, el periódico Juventud Rebelde publicaba un reporte sobre el arribo a Cuba de tres millones de turistas.
Cuba ofrece posibilidades para el turismo en casi todas sus provincias y cuenta con más de 335 hoteles de cuatro y cinco estrellas. La mayoría de los viajeros escoge como destino turístico La Habana, porque la propaganda castrista la presenta como una ciudad emergida de las ruinas y restaurada ante “el paso inexorable de los años”. Así, se promueven como lugares de interés turístico el cabaret Tropicana, con sus fastuosos shows, o el centro histórico de la Habana Vieja, declarada por la UNESCO en 1982 patrimonio de la humanidad, o el restaurante Floridita con su daiquirí; y para disfrutar de una buena comida criolla, la Bodeguita del Medio con su famoso mojito y los agradables olores a mariscos y puerco asado.
Trabajar en el sector del turismo es la aspiración de muchos jóvenes, pues además de ser mejor remunerados, esto les da una especie de estatus superior al de la mayoría de los trabajadores. Es un secreto a voces que una plaza en el turismo se cotiza entre 200 y 500 CUC, equivalentes a dólares.
Un joven ingeniero mecánico que me pidió no divulgar su nombre y que actualmente es parqueador (parking valet) en un hotel, recuerda los días en que trabajaba en una empresa de transporte. Por idear una innovación que ahorra no pocas divisas al país, su único premio fue un diploma y una motocicleta barata. Me cuenta que con el salario no cubría los gastos del mes, en cambio, desde que se compró la plaza de parqueador vive algo mejor. Y lo más importante, dice, es que ya está dentro del sector, y aspira a mejorar.
Ignacio es otro joven que logró conseguir una plaza en un restaurante. Es técnico medio en cocina, y comenta que cuando trabajaba en un centro de elaboración en el Ministerio de Educación, muchas veces hasta tenía que llevar sus propios condimentos, y como el salario era muy bajo, “rapiñaba” las sobras para vendérselas a los criadores de cerdos.
Ahora Ignacio tiene un mejor salario. Además, disfruta más de su profesión porque cuenta con todo lo necesario para cocinar una buena comida, y siempre “se le pega” algo que llevar a la casa.
Pero estamos hablando de una Habana virtual: la que se le ofrece al turista. La verdadera Habana es una ciudad en penumbras, de calles y aceras desbaratadas, inundada de aguas albañales cuya pestilencia se confunde con la de los vertederos de basura sin recoger durante varios días; que no recibe la atención necesaria, con una población envejecida que deambula por las calles con ropas raídas y exiguas pensiones, espantada ante el aumento de los precios de los alimentos.
La capital de todos los cubanos, con cerca de medio millón de habitantes “ilegales” que vienen de otras provincias huyéndole al hambre, a medida que se desmorona se va llenando de “villas Miseria”, barrios insalubres de casuchas construidas en su mayoría con materiales de desecho, sin agua potable ni alcantarillado.
La Habana real, la ruinosa, la destruida, está habitada por un pueblo cansado que poco a poco, muy lentamente, va perdiendo el miedo.