CIENFUEGOS, Cuba.- Son las 9:00 p.m. y una decena de personas se aglomeran en una esquina de la calle 45, frente a la Casilla Especial de la Empresa Porcina, recientemente inaugurada y única de su tipo en la provincia de Cienfuegos. Se hallan “marcando” turno para comprar carne de cerdo en el local al día siguiente, porque en el lugar se vende el producto cárnico a un precio inferior que en el resto de los mercados.
Un señor que ronda los 50 años posee los primeros puestos de la cola. Ha marcado para cinco personas que no están presentes y aunque todos saben que el sujeto venderá cada turno por 50 pesos, nadie reclama por temor a ser agredido.
“La mayoría de quienes hacen cola para vender los turnos son delincuentes”, opina Mariza Abreu quien está entre los presentes. Esta es la tercera vez que trasnocha en aras de comprar el producto alimenticio. La vez anterior tuvo un altercado con otra persona que quiso colocarse delante de ella burlando el orden de la fila.
Los presentes conversan entre sí con la esperanza que el tiempo pase rápidamente, todavía deberán esperar varias horas pues el local abre a la 1P.m.
Jorge Luis Rodríguez Lorenzo, administrador de la casilla nos comenta que el horario está establecido de una a siete de la noche para que los trabajadores puedan comprar al terminar sus labores, sin embargo reconoce que la mayor parte del tiempo ya no queda producto desde antes de las 5:00 p.m.
Ya existen quejas
A pesar que el mercado cárnico es relativamente nuevo y comercializa productos a precios más accesibles para el consumidor promedio, no son pocas las críticas que se escuchan. Entre las más recurrentes se encuentra la poca disponibilidad de carne.
“Esta situación la he explicado en otras ocasiones”, explica el administrador. “La carne limpia es el producto élite, el producto que todo el que entra al local compra, por ello llega un momento en que se agota y ellos quieren que haya más carne limpia y no es posible; entonces continuamos vendiendo el resto de los productos y se quejan, sin embargo mi obligación es vender el producto que queda”, explica.
Otra queja refiere la venta de paquetes de carne “por la izquierda”. Sin embargo Rodríguez asegura que no hay misterio: “No, los paquetes a que se refiere no son carne, son la grasa. El caso es que la grasa y el hueso son los que menos venta tienen y han venido compañeros y se les ha vendido mayor cantidad de la que tenemos establecida. Nosotros hemos regulado la venta por persona a cinco libras de carne limpia y cinco de otro producto, la grasa la tenemos más liberada porque es la que siempre se nos queda y por eso es diferente, más cantidad y eso son los paquetes que han salido”.
A parte de la carne limpia, el lugar vende chuleta, cogote, costilla, “recortería”, hueso, grasa con piel, cabeza, patas, lengua y otras vísceras. Basado en la política del establecimiento de sólo vender 10 libras (5 de carne limpia y 5 de otro producto), los clientes se valen de trucos como el de entrar junto con ellos a menores de edad para duplicar o triplicar la cuota.
Según Rodríguez, “los precios fueron pensados teniendo en cuenta los costos que conlleva la crianza del cerdo”. Mientras que en el resto de los mercados estatales la carne de cerdo limpia alcanza los 40 pesos, tres días de salario de un trabajador promedio, en su casilla sólo vale 20 pesos. Y aunque reconoce que sigue siendo excesivo para los escuálidos bolsillos de los cubanos, se congratula argumentando que al menos es un alivio.
El ritual de la compra
Hace diez minutos que el reloj anunció la una. Cuando la multitud comenzaba a desesperar el chirrido de la puerta metálica de la carnicería anuncia el comienzo de una nueva faena. Los clientes que estaban a la sombra para evadir el sol veraniego corren a marcar sus puestos en la fila. Poco a poco, entre empujones, codazos y alguna que otra ofensa, se van organizando.
Al instante se forman dos filas. Una formada por personas corrientes, la mayoría de la tercera edad. La segunda integrada por individuos con limitaciones físicas. Estos gozan de prioridad y por ello no se ven forzados a pasar la madrugada en la calle para acceder a un turno temprano. Los últimos puestos de la otra fila les miran con cierta envidia.
La venta comienza y, lentamente, los primeros clientes adquieren el producto. Todos permanecen alertas, con la vista anclada en la balanza digital. Su unidad de peso se da en kilogramos y en la conversión a libras que debe hacer el dependiente para cobrar el producto vendido se reportan errores frecuentes, lo que deriva en costes adicionales que perjudican al cliente.
“Te pasas la noche entera en la calle asegurando un turno, debes esperar hasta la una de la tarde para que abran el local y, cuando te llega la oportunidad, son las tres de la tarde y la posibilidad de que se haya agotado el producto que fuiste a comprar es inmensa”, dice con una visible amargura Mariza Abreu, quien antes de despedirse sentenció: “Al final de la jornada te vas para la casa agotado, de mal carácter y con la promesa de no volver jamás”.