LA HABANA, Cuba.- Ha sobrevivido a muchos inviernos, desalojos, apagones; no se sabe donde habita, ni el origen de su desequilibrio. Lo cierto es que resulta un loco creativo, ahora con un nuevo empleo: “cobrador por cuenta propia” de un imaginario peaje en Quinta avenida.
Lo conocen todos los “taxistas boteros” de La Habana y muchos choferes, quienes desde sus autos lo saludan gritándole obscenidades acompañadas de nombres raros: “Sinforoso”, “Agapito”, “Abundio”, a los que el loco contesta sacándoles la lengua y soltando una carcajada donde asoma una escasa dentadura amarilla.
Apostado en el semáforo de Quinta avenida y 190, reparto Siboney, armado de una tablilla de “inspector estatal”, aprovecha los sesenta segundos de luz roja que obligan a los autos a detenerse y se acerca con profesionalidad y un saludo militar, anota el número de chapa y el destin. Luego pide el dinero del “peaje”, al que todos los choferes acceden a entregar, con la misma solemnidad y disciplina que el loco ha utilizado en su trabajo ficticio. Después les desea un buen día y los autoriza a “proseguir la marcha”.
Lo he observado por un rato en su faena. Aprovecho la luz verde en el semáforo y le hago una pequeña entrevista.
Me cuenta que hace poco renunció a su puesto en el punto de control de Santa Fe: “Aquello se puso flojo. Desde que sustituyeron a Carlos Lage un inspector estatal no es lo que era antes. Los choferes les han perdido el respeto. Además, Suspendieron la jaba de aseo y los 10 CUC extra. Por eso vine trabajar para este lugar, donde soy más útil y reconocen mi labor, porque pagan por la circulación en una zona tan importante”.
“¿Cuánto puedes ganar en un día?”, le pregunto. Sonríe y me muestra su destartalada billetera, donde acumula muchos billetes de a uno, tres y cinco pesos. Luego suena el abultado bolsillo del short, que guarda las monedas.
Le pregunto además si ha desempeñado otro oficio. “No”, contesta, “siempre he estado en el giro del transporte, de hecho nací en la cama de un camión. Mi padre era rastrero, llevaba a mi mamá en todo sus viajes. Dicen que fue en el entronque de Yerba de guinea, en Santiago de Cuba, donde dio a luz; por eso soy santiaguero de nacimiento y habanero de cuna”.
El loco de Quinta no tiene establecido horarios de trabajo. “Mientras sea de día estoy aquí. De noche esto es en una boca de lobo”.
“¿Cuánto cobras de peaje?”, le pregunto finalmente. “No existe una tarifa fija. Lo que pueda aportar cada chofer es bienvenido”.
Le hago observar que no puedes controlar a los autos que pasan con la luz verde. Sale con que “a los autos que pasan con la verde los controlo en la próxima vuelta, o al otro día. En verdad muy pocos se me escapan”.
“¿No temes por represalias de la policía por trabajar por tu cuenta en una intersección tan restringida, a solo una cuadra de Punto Cero y a pocos metros de Palco?”, pregunto finalmente
“¿Represalias por qué? Sólo organizo la correcta circulación en la vía y educo a los conductores a cooperar con lo establecido en la ley siete, artículo siete, inciso siete, del código de tránsito, que educa a los choferes a cooperar con el personal transportista excedente”, responde el loco de Quinta.
El semáforo ha cambiado a la luz roja y una nueva hilera de autos se detiene ante él. Se acerca con la tabilla hasta el primer auto, pero antes de continuar su “trabajo” se vuelve y me dice con un guiño: “No tengo problemas, compa, pertenezco al “aparato”.