GRANMA, Cuba.- Juana Contreras González no es un nombre conocido, si bien el carácter bondadoso y voz pausada de esta bayamesa le han hecho querida entre los vecinos. Lamentablemente, ella es solo una cifra más entre los tantos desposeídos y olvidados cubanos que aún confían en que las cosas pueden mejorar.
Juana, de 72 años, reside en el barrio periférico bayamés de Paso Diez. Su deplorable vivienda compite en fealdad con las casas vecinas: paredes de pedazos de hojalata y cartón, sujetos a finos palos que a duras penas sostienen el techo; la luz filtrada por cientos de agujeros dibuja manchas solares en el desnivelado piso de tierra. Dentro, la miseria reside con ella y su esposo Ángel Tamayo Acosta.
En la única pieza que conforma la casa, un trozo de tela de mosquitero divide la cocina del cuarto; el mobiliario se limita a una improvisada mesa, una silla rota, un palo donde cuelga la ropa y dos camas. “Ni colchones tengo”, dice la señora, quitando la sábana de retazos de tela, que cubre una de ellas, “son cartones y trapos viejos…, pena es lo que da”.
Juana cocina con leña en el patio de la casa, su fogón, es una tapa protectora de ventilador, sobre trozos de ladrillos. El bajo voltaje que llega por la tendedera eléctrica solo les alcanza para el alumbrado y pocas veces permite usar la hornilla eléctrica u otro equipo electrodoméstico, aunque carece de ellos. “Cuando uno está cocinando, se va la luz y uno tiene que recoger leñitas pa’ terminar”.
“El año pasado, cuando las elecciones, dijeron que iban a poner corriente, asignar una pipa de agua en función de la zona y un colector de basura; ya llegan las otras elecciones y todavía seguimos con tendederas, comprando agua y cocinando con carbón y leña”, agrega.
“Aquí vinieron los de bienestar social y del Gobierno, tiraron unas cuantas fotos y llenaron una pila de papeles, pero ojos que los vieron ir, jamás los vieron volver. Lo engavetaron o se limpiaron con ellos”, dice con desprecio.
“Uno me dijo, que pronto mi caso iba a mejorar, y que por mi situación me iban a priorizar la corriente (…) Yo creo que va a ser, cuando empiecen a pagar la herencia de los Contreras”, agrega, refiriéndose a la supuesta herencia de una familia española, dejada a todos sus descendientes cubanos, que causó millares de solicitudes de inscripciones y documentos de reconocimiento legal para adjudicarse una parte.
“No nos dan chequera ni ayuda social porque tenemos hijos, pero ellos viven lejísimos y el de aquí (Bayamo), tiene problemas de retraso mental”, describe. “A ese tenemos que ayudarlo nosotros”.
Su esposo es obrero estatal, pero lleva varios meses encamado, con sonda uretral y sangramientos del sistema digestivo. “Vivimos de lo que le pagan por el certificado (oscila entre 9 y 12 CUC) y debe estar así por seis meses, según peritaje médico; y a mí no me quieren jubilar porque me faltan años de trabajo, esa quilera no alcanza ni para alimentarnos y con la vida miserable que llevamos, si lo dejo solo se muere. ¿Cómo voy a trabajar?”, pregunta.
Aun así, su esperanza en el Gobierno parece ilimitada, “Yo confío en la revolución y creo que soy merecedora de una chequerita”, dice recordando su infancia, cuando con solo 13 años, tenía que jugársela en los montes, para llevarle comida a los rebeldes”.
Al respecto, la residente local Mislady Mora, refiere: “A María no la han querido ayudar porque es una Don Nadie. Aquí hay CDR nada más que para controlar la gente, pero casi nadie sabe quién es el delegado, ni el asistente social, porque no dan la cara”.
Sobre las vicisitudes de María, Yamisleidis, la presidente del CDR, informa que entre otros, este caso se ha elevado hasta al Consejo de Estado y podían haberse solucionado hace tiempo, con pocos recursos y menos papeleo. “Qué falta me hubieran hecho esas fotos, para enseñárselas al delegado el día de la rendición de cuentas y así dejarlo en mentira, porque el Gobierno es quien tiene que resolver eso…”.
“Aquí las gestiones se hacen por gusto y los CDR no tenemos recursos, ni para nosotros mismos”, aclara.
Sobre sus expectativas futuras, Juana expresa: “Todos los papeles están arreglados hace años: (de) inscripciones (solicitudes) de bienestar social hay tongas para allá; lo que pasa es que aquí no ha venido ninguna persona, que sea revolucionaria de verdad, consciente, y que se preocupe por las personas”, dice, intentando justificar el olvido institucional y conservando la esperanza de que algún día, sus condiciones de vida, por fin, mejoren.