LA HABANA, Cuba. -Días antes de que concluya la Duodécima Bienal de La Habana, aún se puede disfrutar de la muestra colateral Zona Franca, que agrupa a 200 artistas y 20 proyectos colectivos. En el otrora complejo militar Morro-Cabaña, actualmente devenido en importante espacio cultural, la pluralidad ha ganado un espacio considerable
Aunque el público asistió en grandes masas en los primeros días de su inauguración, ya se perciben pocas visitas. Este evento no cuenta con un transporte seguro, al contrario de la Feria del Libro que se celebra anualmente en el mismo lugar.
A pesar de todo, las muestras expositivas de pintura, escultura, instalación, fotografía, y diseño son muy sugestivas e invitan continuamente a que el espectador interactúe con la obra.
Las fuentes escultóricas del proyecto conjunto Conexiones Cartográficas, integrado por artistas cubanos y foráneos, han perdido el atractivo flujo de las aguas, y solo dos se mantienen funcionando.
Muchos creadores muestran un discurso común, unas veces subliminal y otras abiertamente: afianzar los lazos entre Cuba y los Estados Unidos. Las obras son evidencia de un deseo largamente anhelado por nuestros artistas. Se respira en casi todas el acercamiento entre las dos culturas, recreadas en temáticas sobre la emigración y los símbolos norteamericanos amalgamados con símbolos nacionales. Una de las piezas más imaginativas resulta la mítica imagen de Marilyn Monroe, la estrella de cine de Hollywood, transfigurada a la imagen del Che.
En la muestra hay un rejuego hacia las libertades-censuras. En ella, las piezas conforman un extenso rompecabezas de representaciones visuales, donde lo prohibitivo ha superado las fronteras –valga el título Zona Franca–, en sugerencia al libre comercio. En este caso se refiere a poder expresar a través del arte las individualidades de artífices de toda la isla.
Figurativo, paisajismo, abstraccionismo, arte pop, hiperrealismo, diseño gráfico, fotografía digital, se animan en las obras expuestas. La interacción se pone de manifiesto en el cuarto de los espejos, con la obra Composición infinita de Rachel Valdés. Aquí la imagen se multiplica creando la ilusión de lo ilimitado. El espectador puede posar y realizar movimientos más allá de la simple mirada.
Cabezas de animales, vísceras, huesos y cráneos, lápidas numeradas, espacios semi vacíos, países mágicos, edificaciones fragmentadas, sombras que se proyectan en el suelo y los objetos, simulacro del despegue de un cohete donde los asistentes permanecen amarrados y con las piernas dentro de cubos con cemento, snorkels colgados en el techo, aviones con mensajes que llevan derechos ciudadanos, militarismo nacional rebajado a la caricatura, fotografías y pinturas con alegorías a la cultura norteamericana como los dibujos animados, el periodismo y la arquitectura; todos validos testimonios de un pueblo dividido por el éxodo, de generaciones suprimidas y otras en resistencia. Todos diálogos que influyen en la visualidad del que está del otro lado, pero sobre todo, son reflexiones para encontrar puentes transformadores de la realidad entre dos países separados por décadas.