LA HABANA, Cuba.- Glexis Novoa se encuentra en buena parte de la historiografía referida al Nuevo Arte Cubano, pues él pertenece a esa generación que se caracterizó por la proliferación de grupos de trabajo; el natural y continuo intercambio con la cultura popular; la crítica al sistema institucional —amén de haber nacido bajo el sayo de su madre, el Instituto Superior de Arte—; la apropiación de expresiones artísticas internacionales, etc., y que se desdibujó con el advenimiento del Periodo Especial y sus secuelas: el éxodo masivo, la penuria económica interna y la censura.
Su trabajo en particular era sumamente variado y prolífico. Se movía entre la pintura de fuertes tintes contestatarios que aludía a la iconografía soviética con textos encriptados y el performance dinámico. Esto último materializado en proyectos como el Grupo Provisional (1987) el cual, a entender de Eligio Fernández Tonel, “comparte la responsabilidad por el reverdecer de la performance en el arte cubano de fines de los ochenta, pues sus intervenciones incluyen el uso irónico (y por momentos, patético) de sus propias figuras, con intenciones emblemáticas, para sintetizar contradicciones y anhelos de muchos jóvenes —no solo artistas— coetáneos”.
Su regreso a la isla, luego de una larga estancia en distintos lugares del mundo —México, Estados Unidos— y matizado en ocasiones, por la no posibilidad de entrar a Cuba, podría pensarse que se vincula con la aplicación por parte del gobierno cubano de una nueva política cultural, cuya flexibilidad le permite a los artistas de la diáspora, malditos, marginados y olvidados; retornar bajo un aura dorada libre de imposiciones y reclamos.
Pero su llegada por la puerta grande ha generado polémica. Glexis Novoa en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), para los más ortodoxos creen que se trata de una flaqueza del artista, pues el espíritu indómito debe ser siempre el que prime. Otros, por el contrario, piensan que es un momento especial para el arte cubano.
Por otro lado, en opinión del artista, a propósito de una discusión sobre el trabajo presentado en esta reciente muestra, realizada el 27 de septiembre en el edificio de Arte cubano —que no contó con la asistencia de un numeroso público joven Debido quizás a la poca promoción que recibió en los medios—, “su regreso haciendo una propuesta comercial, se debe al descubrimiento por él de un lenguaje dirigido al mercado aquí en Cuba, con el cual le interesa dialogar y de alguna manera aprovecharse como mismo lo hizo antes de irse en 1993, pues, a su entender, ahora el lenguaje del mercado es mucho más directo, un poco más normal, parecido a como sucede en el mundo entero”.
No obstante esta diversidad de puntos de vista, el hecho que Glexis Novoa u otros artistas como Consuelo Castañeda se acerquen a la isla genera siempre una alerta y a la misma vez una suerte de intercambio. Y aunque surjan confusiones, críticas, especulaciones sobre el mercado, teorías sobre el futuro del país, el regreso de estos exiliados y la manera en que lo hacen, más que una necesidad de oxigenación para el escenario artístico cubano, se trata de una decisión que solo ellos tienen derecho a tomar.
Lo que trae Novoa en esta muestra oficial es el encuentro de un artista con un entorno que le es (des)conocido. Sus paisajes pictóricos construidos por expresiones populares, nombres propios —Garaicoa, Tania— que definen estatus social en la contemporaneidad cultural, denotan el ansia de absorber el qué ocurre con la identidad de un pueblo en transición hacia un estado ininteligible para la mayoría. La gráfica política que lo identificó en los años 80 vuelve rebautizada a estos lienzos como si de un proceso ininterrumpido de trabajo se tratara.
En momentos en que los artistas que realizan arte político son estigmatizados por muchos como oportunistas, algo constatado en una de las intervenciones realizadas durante el mencionado conversatorio con Glexis, para muchos aislarlo y pretender que lo realizado por él se aparta de esta manifestación resulta sumamente provechoso. Pues quienes piensan que la regresión en los últimos años al arte político no hace quizás ninguna falta en Cuba y que sus gestores solo desean alcanzar la fama fácilmente, dejan de observar que “lo político como una dimensión de antagonismo constitutiva de las sociedades humanas” (Mieke Bal: Arte para lo político) nunca deja de encontrarse con el arte de su tiempo. Convirtiendo este pacto de Glexis con el sistema en un atractivo gesto artístico políticamente activo, pues se constituye en otra postura para el diálogo, sin rencores ni deshonestidades.