LA HABANA, Cuba.- Luis Proenza es chofer de un taxi particular de los llamados “almendrones”, autos “americanos” de los años cuarenta y cincuenta que cubren rutas fijas por barrios de La Habana. Se queja por la cantidad de tranques que están apareciendo últimamente en el tráfico, algo que le ha bajado la productividad de su trabajo, y por lo peligroso de su medio de vida.
“Primero fue con la película Rápido y furioso”, dice, refiriéndose a la filmación hollywoodense que paralizó parte de la ciudad. “Nos tuvieron con casi un mes de tranques. En Calle 23, desde L hasta Malecón, y en la calle Infanta, se volvió un suplicio transitar. Después, los arreglos al Paseo del Prado por el desfile de Chanel. Ahora la reparación del túnel de (la calle) Línea, donde hay que cruzar por el puente de hierro sobre el río Almendares y el embotellamiento es tremendo. Y, para colmo, la cumbre de los países caribeños: media hora esperando que pasen las delegaciones hacia Palacio de las Convenciones”.
Proenza es un hombre práctico y cuenta que la ganancia perdida por los embotellamientos del tráfico la suple con ardides. Pone de ejemplo a los hospitales, de noche, cuando no hay servicio de taxis. “Ahí siempre tienes una carrera segura. Igual que de madrugada, cerca de los centros nocturnos”, asegura.
Pero reconoce la peligrosidad que atenta contra los beneficios de “botear” (hacer de taxista en un almendrón) de madrugada, debido a los asaltos perpetrados a boteros en los últimos días. El más reciente contra uno apodado “Jeringuilla”, despojado de todo el dinero, las prendas, el celular y la reproductora de música.
“A ‘Jeringuilla’ lo conozco de la piquera”, dice Proenza. “Es verdad que hacía buen dinero de madrugada, boteando en Tropicana y en El Delirio Habanero. Pero una noche una pareja lo alquiló para una carrera hasta el Reparto Eléctrico y por el camino lo desvalijaron. El hombre lo encañonó con una pistola y la mujer zafó la reproductora con un destornillador; le quitó el teléfono, el dinero, la cadena, el reloj y la sortija”.
En la piquera del paradero de Playa hablan más choferes. Tony, que conduce un Chevrolet del año 52, dice que una de las causas de los embotellamientos se debe a la cantidad de autos nuevos que están circulando en la ciudad. Cree que “Cuba deberá prepararse para una situación que es normal en las grandes urbes, los tranques del tránsito”.
En cambio Samuel, que maneja un Cadillac del año 54, no está de acuerdo con Tony. “A La Habana le falta todavía mucho para igualar las grandes ciudades como Nueva York o México”. Samuel asegura que con dos policías se resuelve cualquier problema de atasco, pero con relación a los asaltos sí que está preocupado.
“Conozco lo que le pasó a ‘Jeringuilla’, a los boteros de Santiago de Las Vegas y el otro caso en Arroyo Naranjo, y he tomado la decisión de trabajar acompañado de mi hermano. Él se encarga de cobrar el pasaje y a la vez de cuidarme. Aunque es un asiento menos que recaudo en cada viaje y tengo que pagarle por su trabajo, gano en tranquilidad. Así puedo concentrarme en el timón y evitar accidentes o multas. Porque no es fácil manejar con la preocupación que te van a dar con un palo en la cabeza y quitarte todo lo que llevas”.
Otro botero que escucha la conversación interviene: “Yo por si las moscas ando con esto”. Me muestra un tubo de hierro. “A la primera sospecha de que me van a asaltar empiezo a repartir tubazos. No me van a madrugar. ¿Trabajar tanto para que después vengan y me lo quiten de mansa paloma? ¡No!”
Los almendrones recogen toda clase de gente en su ir y venir. Quien lo toma entra a una tómbola donde coinciden las más disimiles profesiones, edades, culturas, caracteres y estados de ánimo.
Emisores de la conciencia popular y la diversidad y excelente sitio para catar la temperatura social, sus choferes, sean dueños o empleados de esas reliquias rodantes que “embellecen a la ciudad maravilla”, viven horas amargas este verano. Entre tranques y asaltos dicen estar perdiendo dinero, en una economía que cada día se vuelve más complicada.