REMEDIOS.- Justo frente a la bodega estatal del caserío vive Ramón Alonso, un octogenario cosechero y vendedor de productos agrícolas que periódicamente hace el trayecto entre la playa de Jinaguayabo y su casa para acarrear sus mercancías.
El lugar está ubicado al oeste, entre las áreas de Refugio-La Perla y Cayo Las Vacas. Limítrofe y perteneciente al municipio Remedios y la otrora playita desguazada por los huracanes.
Como cualquier tarde, regresaba a mediados de este mes montado a su trasporte particular, cuando dos forajidos, cubiertos el rostro con telas y surgidos de la espesura, le obligaron en plena guardarraya a entregarle todo el dinero resultado de la venta del día.
Cuenta Ramón, vía telefónica, que no sabe a ciencia cierta cuánto le robaron estos jóvenes, pues no suele cuantificar el dinero hasta que llega a casa y le descuenta el fondo. Pero que en conjunto debía rondar el desfalco por los dos mil pesos.
El caso fue denunciado a la policía, que tiene un puestito de una persona permanente en la zona que suele sufrir broncas de fin de semana, y que investiga con los escasos recursos y personal que le asisten.
Pero el domingo 18 de marzo otro incidente ha despertado las alarmas y dispuesto a la población en vilo.
En la llamada Trocha de Echenique, otro camino vecinal que linda con La Finca de Los Manteleta, una pareja de jóvenes ostentosos que paseaba en una volanta al mejor estilo colonial y medio bebidos, portando cadenas de oro (o acero quirúrgico), relojes, anillos y demás truculencias destellantes a la luz del día, fueron desnudados por la misma pareja de asaltantes —según descripciones coincidentes— pero que se envolvían el rostro con camisas elásticas en lugar de las telas descritas por el anciano Ramón.
Quizá se trataba de los mismos disfraces de tahúres, pero la turbación del viejo impidió dar claridad sobre las mencionadas capuchas de los enmascarados.
Otra vez la exigua policía ha recibido constancia de nueva denuncia, pues aunque ninguno de los tres ha resultado herido en el atraco, no se avizoran recursos suficientes para detener a criminales, lugareños o no, que parecen conocer la zona al dedillo.
El temor a ser desvalijado en Cuba, usualmente citadino, ha comenzado a expandirse también al sector rural.