LA HABANA, Cuba.- Entre pequeños lotes de madera y montículos de virutas José realiza su oficia de carpintero. Tiene un ‘chinchal’ en el patio de su casa, el que mantiene con la perseverancia de una hormiga. “No me va mal”, habla sin dejar de cepillar una de las piezas a ensamblar al armario, encargo de un cliente: “El problema es conseguir madera”.
La madera escasea, a veces al extremo, y las ofertas de ventas, por regla general, son clandestinas. José lo comunica en su estilo: “Intermediarios me la traen (la madera), que se las compran a otros intermediarios, y estos a taladores furtivos. Pocas veces viene de los almacenes (estatales)”.
Inquiero por los taladores furtivos que le suministran a él, y que actúan en zonas cercanas a La Habana, y en un santiamén José desenmaraña mis dudas: “Desde cualquier provincia del país, hasta desde Guantánamo me traen maderos a medio talar”. Terminando la frase detiene su función, me mira, y especifica: “Pero no pienses que todos los días me llegan ofertas, a veces he tenido que estar semanas a la espera de un poco de madera buena”.
Madera buena en el argot cubano es la que está constituida por fibras duras y semiduras, que no es del gusto del comején, ese que causa estragos en la mueblería y en la carpintería en blanco, fundamentalmente cuando se utiliza madera pino o de ‘plywood’.
Para dar una idea precisa del valor de costo de un trabajo, un pie de madera buena se cotiza a dólar.
La doble moneda tiende a influir cuando de conciliar ventas se trata.Un joven ayudante de José explica: “No es lo mismo decir 100 pies de madera te cuestan 2500 pesos (moneda nacional), que decir págame 100 pesos (en moneda convertible)”.
Las variedades de madera criolla que hoy se comercializan en el mercado subterráneo de la carpintería doméstica son: majagua, roble, paraíso, algarrobo, cedro, granadillo, y el pino, considerada esta última madera mala.
No obstante, el círculo de ofertas se va cerrando debido a la tala, bien sea por los taladores furtivos, que por las empresas estatales. El patrimonio forestal criollo va mermando a una velocidad superior a la que aducen las cifras oficiales. Ese es el criterio de los proveedores residentes en las provincias del interior del país con que José conversa.
Me llamó la atención una de las apreciaciones de otro carpintero presente: “La caoba criolla es hoy de muy mala calidad”, siendo ésta en época de la colonia muy preciada para la fabricación de muebles y en la industria naval europea, y durante el periodo republicano había amplia demanda para la exportación.
Indago por el comportamiento de los inspectores populares, que en muchos casos se vuelven los parásitos de los trabajadores por cuenta propia. Sin embargo, José no se siente preocupado: “De vez en cuando viene alguno a mirar y a pedirme le arregle algo en su casa, ellos están puestos para otros carpinteros que tienen contratos con el Estado”.
Los mejores y más avezados artesanos de la mueblería que emprenden contratos con el Estado “deben cuadrar con los contratistas, entregando comisiones que se dividirán con los de más arriba.”
Le digo a José, quien ya peina canas de sesentón, si recuerda de las décadas pasadas la enorme cantidad de barcos que atracaban en los puertos cargados con maderas preciosas africanas y de América del Sur, a costa del subsidio soviético: “En aquellos tiempos había que arriesgarse tanto como ahora a comprar (los insumos) de forma ilegal. Eso sí, se conseguía una rastra si se solicitaba. Aquellos tiempos pasaron a la historia.”