VILLA CLARA, Cuba.- El sitio costero más poblado aquí —hoy desarticulado del propósito con que fuera concebido en nuestro Cayo-Barién querido—, fue inaugurado en el otoño de 1966 por el Omnímodo Señor del Bienhacer en pos del Supuesto Bienestar Nacional, quien acababa de estrenarse en su función de salvador del pueblo.
Quería, con este Reparto para Pescadores desharrapados y descalzos, otorgarles una pizca de dignidad condicionante a sus vidas pasadas, para que la gratitud fluyera de inmediato entre aquellas almas desencantadas, agazapado el mensaje en el gesto de entregarles un hogar como respuesta revolucionaria al abandono de sus malas suertes, con suerte de toque (a degüello) para albergar la humildad analfabeta de la orilla.
Eran los años del empirismo populista de Pastorita Núñez y de sus construcciones urgentes para cre(c)ernos la otra Cuba, la prometida.
Como Alamar y otros repartos obreros edificados a posteriori, poco a poco la mugre cubrió —sin permiso— la desidia en estos barrios devenidos solares yermos, repletos de aves, pescados y carapachos podridos, de vertederos improvisados e insalubres/insolubles, de todo lo (in)humano y (no) divino. Meadero último para caballos de coche, único trasporte.
Actualmente, junto a lo que queda de la vetusta tienda del pueblo trabajador, unos contenedores sui géneris, como camas de camiones salidos de algún filme de ciencia ficción, permanecen varados varios meses en la zona, atiborrados de mierda que no se abduce ni invocando a los habitantes celestes. Mucha de aquella proveniente de la bodega misma: envases (ir)recuperables para huevos cluecos, cajas de mercancías gastadas, plásticos informes de todos los ©olores, desechos orgánicos incluso de la paladar que justo en frente su(s) dueño(s) parece(n) ignorar el desastre ecológico que ocasionan, más la peste que asfixia a su clientela además de a la familia propia.
A nadie parece importar lo que a todos atañe. La muestra de la porquería queda abierta a unas alturas sorprendentes de alpinismo en espera de escaladores.
Quizá por ello, en alguna de las fotos vergonzantes, el área haya sido designada por el INDER para la “Sana y Permanente Recreación del Pueblo”.
Pronto llegarán las lluvias y estos continentes (¿agentes?) naranjas harán su rol de crisol, reverberando de sol a sol.
Fabricarán la muerte. Lenta y calladamente.
Hablarán mejor que yo (y mi cámara) del caos infinito, de las poses pecaminosas en tanto animal circunspecto o habituado al medio hostil.