LA HABANA, Cuba.- Pedro Corzo, ex preso político en su patria, periodista y realizador de documentales, empeñado en salvar una parte de la memoria histórica de la nación, deliberadamente borrada por el régimen de 1959, responde a CubaNet cuando está al cumplirse medio siglo del cierre oficial del tristemente célebre Reclusorio Nacional para Varones de la Isla de Pinos, conocido como Presidio Modelo. Allí compartió rejas en 1964.
“Esperaba el avión junto a otros sentenciados, estábamos en cordillera término indicativo de larga fila que será trasladada a un lejano lugar. Era el aeropuerto de Cienfuegos, aterriza el avión y sin yo saberlo, baja entre muchos reclusos mi padre, ahora rumbo a una cárcel de Sagua la Grande. Hubo casos de familias completas, encarcelaron a los hogares cubanos”.
El paisaje arquitectónico de aquella cárcel gigantesca resulta apabullante. Son cuatro enormes circulares al estilo panóptico, copiado de la prisión Joliet en Illinois. Casi mil celdas por edificio, sin contacto posible con los carceleros. En el centro una torre de vigilancia ocupada por un solo guardia con su ametralladora, listo a disparar a la menor sospecha, apoyado por una iluminación que jamás abandona a los presos.
“Hubo disparos, heridos, golpizas, castigos crueles. Implantaron el trabajo forzado, el plan Morejón primero —apellido del Jefe de aquel antro inhumano—, después se llamó Camilo Cienfuegos: pico y pala, abrir huecos para clavar postes de cercas y las canteras de mármol. Alimentación miserable, trabajando 14 horas diarias de lunes a sábado. Algunos se negaron, los ‘plantados’, fueron maltratados hasta el punto de morir”.
Ahora el Presidio Modelo es Museo de la Revolución. Siempre muestran a los visitantes la amplia habitación donde Fidel, primero solo y luego con la compañía de su hermano Raúl — aislados, dicen los guías— se cocinaban pastas a la par de leer a José Ingenieros y, según decía el propio Comandante, a Marx y Lenin.
A veces abren a los visitantes una de las tétricas circulares, entonces el profesional contador de historias dice sin rubor alguno que “a partir de la Crisis de Octubre estos edificios fueron dinamitados, estaban ocupados por contrarrevolucionarios, si los americanos invadían, serían volados de inmediato”.
“Dinamitaron hasta el comedor central, nos advirtieron que éramos rehenes por si acaso se producía una agresión imperialista. De hecho vivíamos bajo una constante llamada terror. Si las celdas tenían capacidad diseñada para dos personas, generalmente eran tres y en ocasiones hasta cuatro.”
La aritmética simple indica seis mil seres humanos—no parecían serlos para sus carceleros—condenados a desaparecer en segundos. Todavía hay quiénes se vanaglorian de aquella idea revolucionaria.
“No dejamos de estudiar, practicábamos juegos culturales, hacíamos coros, jamás olvido a Manuel Villanueva, autor de La Montaña, el himno de los presos políticos. Villanueva sin pretenderlo, se convirtió en un emblema para los presos. Encarnaba la amistad sincera fundamentada en un profundo amor a Cuba, y un compromiso concreto de seguir honrando las convicciones que lo llevaron a la cárcel y por la que muchos de sus compañeros ofrendaron sus vidas.”
Las reglas del periodismo digital implican cerrar el diálogo, queda de parte de Pedro Corzo, su valoración, al cabo de medio siglo, de una historia de la cual es digna parte: “Fueron tiempos difíciles, de mucha confusión, recuerdo que al pasar en los camiones rumbo al trabajo obligatorio, los pobladores nos gritaban horrores. La gente creyó sinceramente en promesas que hoy son un evidente fracaso”.
Nuestro entrevistado hace una pausa y remata con elocuencia: “Un caso paradigma es Armando Sosa Fortuny, preso primeramente entre 1960 al 78. Regresa al país en 1994 y desde entonces está de nuevo encarcelado, sumando 21 años a los 18 iniciales. En nuestro país siempre han existido presos políticos desde que los Castros asumieron el poder. Hay una continuidad histórica igual al tiempo ocupado por la dictadura”.
Sin pregunta de por medio, el hoy articulista de El Nuevo Herald asume los versos de su amigo El Villa, fallecido en el exilio tras 16 años de opresión política rematada por las rejas: “Cuando un día suba yo la montaña y en la cima nos volvamos a ver, será entonces cuando el sol amanezca, flotará una bandera y podamos volver”.