LA HABANA, Cuba.- Con un espectáculo que tuvo como invitada especial a la diseñadora norteamericana Kelsy Dominick, concluyó ayer domingo, en el patio del Museo de Arte Cubano, la décima edición del evento Arte y Moda. Diez piezas textiles, exhibidas por modelos cubanas y estadounidenses, ofrecieron al público una selección del catálogo acumulado por la joven creadora que ha trabajado varias tipologías, entre ellas vestidos de noche, de fiesta y de novia.
Desde pequeña, Kelsy Dominick estuvo estrechamente vinculada al universo de las artes manuales. Aprendió a bordar a los nueve años, demostrando el talento, la tenacidad y la voluntad que le han ganado, en la actualidad, un lugar dentro de la compleja industria de la moda.
Las piezas de su autoría que el público cubano tuvo la oportunidad de apreciar durante la clausura del evento Arte y Moda, se caracterizan por un cromatismo sin resonancias —rojo, blanco, negro y oro—, una línea ceñida para resaltar las curvas femeninas, y la profusión de vuelos y lentejuelas. De corte sencillo y visualmente atractivos, los conjuntos fueron muy aplaudidos por el respetable; aunque se echó de menos el poder conocer un poco más sobre la joven diseñadora y la naturaleza de sus creaciones, algo que se habría resuelto con la repartición de catálogos.
Dicho sea de paso, catálogos había; pero por alguna misteriosa razón —tal vez la venta posterior a precios elevados— no fueron repartidos ni comercializados entre el público asistente. En su lugar entregaron un “papelito” con la programación de los cuatro días que duró el evento, sin mayores detalles. Este incordio, sumado a la proverbial rudeza y grosería de los guardias del museo, así como a la persistencia de Luna Manzanares en doblar las canciones, opacaron un tanto el ánimo de los asistentes.
Pero como a veces sucede para felicidad del respetable, las modelos y el staff reservaron su mejor esfuerzo para la última noche. Salvo la horrorosa escultura de Lucy Slivinski que por voluntad de algún criterio errático se mantuvo al pie de la pasarela, y el tropezón de la modelo más joven de la nómina presentada, la velada resultó casi perfecta. La actuación de Luna Manzanares no fue perturbada por ningún feedback; no hubo luces extraviadas, ni errores en el power point (recurso de pésimo gusto pero, al parecer, necesario).
Modelos que habían tenido una actuación más bien fría, salieron a defender las obras de arte que, mediante la destreza de los diseñadores del patio, fueron convertidas en vestidos, accesorios, túnicas, pantalones y hasta “calienticos”. Todas merecieron la ovación cerrada y definitiva; pero hay que resaltar la graciosa actuación del joven que exhibió un atuendo basado en la obra “Carta de Frida Kahlo a Diego Rivera”, de la pintora cubana Lesbia Vent Dumois.
Robusto y barbado, el modelo y actor del grupo de teatro “El Público”, subió a la pasarela envuelto en el embeleso de “La Macorina” —interpretada por la inigualable Chabela Vargas—; peinado con una trenza y ataviado con un creativo diseño del cual pendían motivos plásticos que remiten a los cuadros de Frida Kahlo, coloridos, sugerentes y tormentosamente autobiográficos. Con una ternura conmovedora, a través de su imponente físico y delicados gestos, ofreció pinceladas de lo que fue la vida de la controvertida pintora; su frenesí artístico, su morbosa sensualidad, su bisexualidad.
Lejos de lucir grotesco, el vello en su rostro evocó aquella defensa obstinada de Frida de lo natural femenino, desde la gravedad de los senos hasta la maleza empecinada de las cejas. Un tributo al mito de quien fuera, a pesar de su aciaga existencia, muy hombre en sus principios, y enteramente mujer para todo lo demás.
Otros highlights colmaron la noche. La obra “Constelación”, de Mabel Poblet, fue metamorfoseada por el diseñador Alexander Rodríguez en un ingenioso atuendo que la modelo debía llevar con sumo cuidado, sin sacrificar la gracia ni el ritmo de su desplazamiento en la pasarela.
Lo opuesto ocurrió con la obra “Teatrillo I” —de Gertrudis Rivalta—, que inspiró un diseño a medio camino entre los vitrales coloniales y las lámparas Tiffany; tan exquisito y pesado que, si bien provocó la admiración de los espectadores, castigó la delicada cerviz de la modelo al punto de que sus movimientos resultaron torpes y desprovistos de toda elegancia, como si llevara un saco de cemento en la cabeza.
La música que acompañó cada diseño fue magnífica, como también lo habría sido la interpretación de Luna Manzanares si se hubiese dignado a cantar. Pero nada es perfecto. La décima edición de Arte y Moda llegó a su fin con una recapitulación de lujo, donde confluyeron colonia, vanguardia y arte contemporáneo.
Muy atinada la selección de las piezas que merecieron este honor. Habiendo tanta variedad en el arte cubano, quizás los diseñadores se aventuren hacia las obras de Antonia Eiriz, Servando Cabrera, Raúl Martínez, Abel Barroso o Rocío García; entre otros cuya excepcional visión estética inspiraría diseños extraordinarios, memoria de contextos muy específicos en la historia del arte cubano.