Caridad recuerda cuando unos individuos vestidos de verde olivo se presentaron en la casa de sus padres, Román y María, en el poblado de Cayajabos de la actual provincia Artemisa, con una caja en las manos y les dijeron “estamos aquí para entregarles las pertenencias de Rolando Urra Blanco que fue fusilado a las 4 y media de la mañana de hoy, día 23 de mayo de 1964”.
Rolando fue reclutado con solo 17 años por el ejército. Cumplidos los 23 años, lo destacaron como sargento artillero a una unidad que era conocida como la “base soviética”. Es allí donde lo detienen bajo la acusación de “sacar planos de la base y entregarlos a contrarrevolucionarios para realizar un ataque a la misma” continua explicando Caridad.
“Los cogieron presos en la base y los llevaron para Pinar del Río. En el juicio le piden pena de muerte a él y a un hombre de unos cincuenta años que decían era el cabecilla del grupo”. El resto fue condenado a penas entre 10 y 20 años y cuando cumplieron se fueron del país.
Murió al mes de fusilado su hijo
Al conocer la fatídica noticia, el padre dejó de alimentarse hasta sufrir una anemia. Hubo que ingresarlo en el hospital de Guanajay, donde murió al cabo de un mes y medio después de fusilado su hijo. Añade Caridad que su madre “se volvió loca y murió loca, cuando le dieron la noticia cayó redonda, no estaba preparada para eso”.
Para colmo de males, los milicianos de Cayajabos les acosaban día y noche y a los cinco o seis días de fusilado el hermano “la gente de la seguridad del estado nos visitó y nos dijo que teníamos que mudarnos pues el pueblo revolucionario de Cayajabos se sentía muy mal con nosotros viviendo allí”.
Ante tal ensañamiento, la familia decidió mudarse para el batey del central Lincoln en Artemisa, donde aun reside Caridad, en la calle 2, número 305. En 1972 le quitaron la tutela de sus 5 hijos y se la entregaron al padre que ya estaba separado de ella.
Los niños fueron internados en la escuela especial Ciro Redondo de Artemisa y les dijeron que su madre estaba muerta, por lo que solo permitían las visitas del padre. Los argumentos esgrimidos para la separación fue que “los niños no podían criarse bajo su influencia”.
Impotente ante los abusos de las autoridades, Caridad se trasladó por tres años a la casa de unas amistades en Santiago de Cuba. Al regresar supo que el padre de los muchachos estaba en estado terminal del cáncer que sufría.
Al fallecer el padre, recobró la tutela perdida y “desde entonces no nos hemos separado nunca más”. A la pregunta del fotoreportero de Producciones Cabañas sobre cómo funcionó la familia después del reencuentro con la madre, la respuesta fue unánime, opinan ser una familia perfecta a pesar de todo lo sufrido y lo que aun pesa sobre ellos por su condición de desafectos del régimen.
Por segunda vez
Cuando la familia intentó por segunda vez, en 2007, de trasladar los restos del cementerio de San Juan y Martínez hacia el de Artemisa en el que reposan todos sus muertos, los remitieron al departamento nacional de investigaciones (DNI) de Pinar del Río en que le atendieron el jefe de unidad, Crespo, y el visitador político, Mario.
Dichos oficiales dijeron que “donde ese hombre está, está cumpliendo una sanción de cadena perpetua. Para nosotros trasladar esos huesos para allá, tienen que estar custodiados, y bien custodiados, y saber bien donde lo vamos a poner, porque donde haya un miembro de cualquier organización política a su alrededor, no puede estar” según afirma Claribel Iturralde Urra, la hija que acompañó a Caridad en las gestiones esta vez.
Como en el tribunal provincial no pudieron obtener el número de causa, a pesar de dar la hora y fecha del fusilamiento, los trámites burocráticos para el traslado del cadáver quedan paralizados en ese punto, por lo que los familiares coinciden en que solo cuando ocurran los cambios necesarios en Cuba, será posible reunificar sus muertos.