LA HABANA, Cuba.- El noticiero estelar de la televisión cubana trasmitió recientemente un reportaje sobre el lamentable y al parecer irreversible deterioro y muerte de lo que otrora fue la red de cines de la capital cubana; uno de los resultados más visibles de la estatización, la desidia y la incapacidad del poder que tanto perjudica y ensombrece la vida cotidiana del cubano de a pie.
Bajo la acostumbrada y poco riesgosa metodología de describir y relatar la tragedia que estamos viviendo día a día, sin buscar las causas esenciales y estructurales, ni los culpables o responsables de los problemas, la periodista de turno mostró y comentó el estado ruinoso de muchos de los cines que décadas atrás hicieron las delicias de grandes y chicos aficionados al séptimo arte. En el reportaje varios habaneros dieron cuenta del deterioro evidente de estas instalaciones convertidos en muchos casos en focos de infección e insalubridad, amén de la pérdida de estos tradicionales espacios culturales tan necesarios para la comunidad.
Por enésima vez volvimos a acercarnos al desastre de los cines Rex y Duplex, dos coliseos de primera calidad que en una maravillosa instalación compartían agradables salones y espacios en el céntrico y populoso boulevard de la calle San Rafael, a pocos pasos del Parque Central de La Habana. Los que ya peinamos canas no podemos olvidar el ambiente y las funciones maravillosas que allí podían disfrutarse, ni que por más de dos décadas quedan sin respuesta los reiterados reclamos de rescatar este centro de cultura y esparcimiento del estado desastroso en que se encuentra. En los últimos años ya son varias las referencias periodísticas a este tema específico sin que se avizore esperanza de solución.
Hace más de medio siglo en la ciudad de La Habana existían casi cien cines de todas las categorías, desde los muy populares cines de barrio cuyas tarifas iban desde cinco hasta cuarenta centavos, con una programación variada que abracaba muchas horas del día, hasta los más modernos y lujosos como los que terminaron de establecerse hacia mediados de la década de los cincuenta en la populosa calle 23 de la barriada del Vedado.
Entre los recuerdos de mi niñez destaca el cine de barrio que se encontraba a pocos pasos de mi casa y por cuya pantalla desfilaron populares personajes cinematográficos de las décadas de los sesenta y los setenta del siglo pasado como Sisi, la noble campesina convertida en emperatriz, los vengadores incapturables, el torero Palomo Linares y toda una pléyade de ilustres samuráis encabezados por el increíble ciego Ichi.
Hoy todo eso es historia pasada. El deterioro irreversible y el imperio de las nuevas tecnologías van acabando con el encanto de la pantalla grande y los cines de barrio. Incluso los cines de primera categoría que subsisten adolecen de serios problemas de mantenimiento y una programación poco atractiva. Curiosamente el momento cumbre de los cines habaneros, además de los diez días de diciembre del festival de Cine Latinoamericano, es la muy concurrida trasmisión de los partidos de las Copas mundiales de futbol.
Como recordó la periodista oficial en su reportaje, algunas instalaciones han sobrevivido al convertirse en sede de proyectos teatrales tradicionales o emergentes; sin embargo, como es natural no hace referencia a la incapacidad de las empresas provinciales encargadas para garantizar reparación y mantenimiento a los muchos cines que se han deteriorado sin remedio.
Como las autoridades cubanas ni dan vida ni dejan vivir, hace dos años liquidaron de un plumazo y sin explicación la emergente iniciativa de los cines privados en tercera dimensión, los cuales luego de una respetable inversión se convertían en una opción recreativa para los clientes y una vía de ganancia para los emprendedores.
Los recuerdos del encanto de los cines de barrio se irán diluyendo como una borrosa huella del pasado. Tal vez este reportaje del pasado 8 de marzo no sea el último sobre el tema, pero de seguro será muy difícil escuchar a un periodista oficialista preguntarse cuál sería el destino de los cines habaneros de haberse librado de la estatización destructora que ha pasado tan alta factura todo nuestro cuerpo económico.