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Al rey de las flores se lo llevó un derrumbe

Derrumbe en Centro Habana (Foto: Vicente Morín)
Derrumbe en Centro Habana (Foto: Vicente Morín)

LA HABANA, Cuba.- Pasadas las nueve y treinta de la noche, Jorge Desilva Burgos cortó la conversación con un amigo. Tenía que trabajar. Siempre era así, salvo las ocasiones de una mujer o el sueño obligado. Entró al local que ocupaba en el número 110  de la calle Salud y, sin mediar tiempo alguno, vino el desplome del techo, que literalmente le cayó encima.

Aquel era un sitio privilegiado si del comercio de flores se trataba, porque colinda con la iglesia habanera consagrada a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. El local del derrumbe estaba considerado inhabitable desde años atrás, sin embargo, los cubanos enfrentan el obligado riesgo porque hay pocas opciones para montar un negocio, menos aún locales en una ciudad con decenas de miles de personas albergadas por los derrumbes.

Bien se ganó la reputación de ser un auténtico rey en el comercio de las flores. Su especialidad eran los ramos, dedicados casi siempre a las celebraciones asociadas a la santería: Oshún (la Caridad), Yemayá (La virgen negra de Regla), Changó (Santa Bárbara), Babalú Ayé (San Lázaro) y Orula (adivino patrón de los Babalaos) exigían de su arte.

Cada santo tiene sus atributos; entre muchos de ellos, las combinaciones de colores que la maestría del florista enseñó a sus trabajadores ayudantes, regularmente ocho a tiempo completo cada jornada. No alcanzaba para tantos encargos. También distribuía flores a otras vendedoras, todas mujeres, ubicadas en la esquina de Manrique y Salud, rezando cada mañana por “hacer la cruz” —la primera venta— y seguir el día con buen paso.

Una nube de polvo, residuos de mampostería con un siglo de plantada, impidió entrar de inmediato al local donde Jorge quedó aplastado. De cualquier forma nada podía hacerse porque el golpe resultó mortal desde el primer momento.

El Rey de las Flores de Centro Habana abandonó a sus clientes, amigos y familiares. El día después de su muerte, a mediados de mes, nadie trabajó en la calle Salud. Solamente dos piquetes de policías custodiaban la cuadra, y la pregunta es qué estaban cuidando después del desplome. ¿Tal vez los escombros? Negativo, porque había personas cargando material para las nuevas construcciones.

La razón es otra: los curiosos que intentaban fotografiar una vergüenza más de la inmensa lista que conforma el fracaso, sencillamente eran requeridos, impidiéndoles eternizar el testimonio de un país que se viene abajo.

Siempre hubo atrevidos capaces de burlar lo absurdo, mientras el cadáver de Jorge viajaba a su Santiago de Cuba natal; de donde vino, como muchos, procurando fortuna y la hizo, pero a riesgo mortal.

Una vieja amiga, florista también, balbuceó con lágrimas en los ojos: “Aquí una no sabe cuándo se va a morir, a cualquiera le puede caer la casa encima”.