LA HABANA, Cuba.- La pasada noche, en el Gran Teatro de La Habana ‘Alicia Alonso’, fue estrenado el programa clásico de la compañía Acosta Danza. Un espectáculo de innegable factura artística puso a disposición del público trece piezas de corta duración, alternando fragmentos de conocidos ballets con obras jamás apreciadas por el auditorio cubano.
El pas de deux de ‘El Lago de los Cisnes’ y ‘La Sílfide’ marcaron un comienzo titubeante en cuanto a expresividad y fuerza. Pero con el pas de deux del adiós –correspondiente al ballet ‘Winter Dreams’–, magistralmente interpretado por Ely Regina y Luis Valle, descendió sobre los asistentes la desesperación y el tormento de un amor tronchado por la despedida. Haciendo gala de una técnica rigurosa e intenso dramatismo, ambos bailarines arrancaron una merecida ovación acompañada de no pocas lágrimas.
Gabriela Lugo hizo su aparición en escena para asumir una de las piezas más hermosas del repertorio clásico. “La muerte del cisne”, creada originalmente para Ana Pávlova, constituye un reto perenne para cualquier bailarina. En este sentido, la joven intérprete merece todo el reconocimiento por su lograda actuación, que dejó a los espectadores listos para la entrada de Laura Rodríguez y Carlos Acosta en los roles de ‘Diana y Acteón’. Apoteósica fue la respuesta ante lo que el afamado bailarín denomina “sus últimos ‘cartuchazos’”, pero que está lejos de convencer al público de que ya es hora de retirarse del ballet clásico. Impecable, colosal, irradiando virtuosismo ante un auditorio fiel que agradece su entrega y excelencia.
Concluido el entreacto, subió a escena ‘End of Time’, una coreografía de Ben Stevenson inspirada en el filme ‘On the Beach (1959)’. La obra se desarrolla sobre la idea de un mundo destruido por la guerra, y el amor como única salvación posible. Los intérpretes, Deborah Sánchez y Enrique Corrales, transmiten la emoción de un instante límite a través de una danza que exige mucho físicamente, donde se aprecian los contrastes entre la voluntad de supervivencia consustancial al amor, y el agobiante esfuerzo por recomenzar desde las cenizas de la destrucción.
Le siguió una atractiva soirée en tres momentos, iniciada por Verónica Corveas y Javier Rojas en ‘A Buenos Aires’, con coreografía de Gustavo Mollajolli sobre la música de Astor Piazzolla: un tango estilizado según los códigos del ballet clásico. De ahí en más, la velada fue un crescendo artístico que no dio tregua a los presentes. El solo de Ely Regina en ‘Je ne regrette rien’, del coreógrafo belga Ben Van Cauwenbergh, resultó admirable en su correspondencia con la filosofía plasmada en la invicta canción de Edith Piaff. De este mismo coreógrafo es el solo del ebrio extraído del ballet “Les Bourgeois”, e interpretado por Carlos Acosta con la música de Jacques Brel. Una obra aplaudida por su comicidad y el virtuosismo del intérprete, quien asumió el rol en un juego de equilibrio donde pugnaban la línea sobria del bailarín y los movimientos descontrolados del personaje.
El ballet “Carmen” repitió también en el programa clásico, con la escena de amor entre la gitana y el torero Escamillo. La poderosa química entre los bailarines Laura Treto y Luis Valle impregnan de voluptuosidad un dúo que cobra singular fuerza en esta versión de Carlos Acosta, dando vida a una pareja de amantes que se devoran solazados por la música –cargada de oscuros presagios– de George Bizet. Una actuación como no se ha visto, durante años, en los predios del ballet cubano.
El estreno mundial llegó con Gabriela Lugo en el ballet ‘Anadromous’, del bailarín y coreógrafo cubano Raúl Reinoso: una obra que simboliza el ciclo natural de nacimiento, mutación y supervivencia, donde están presentes los esquemas de la tradición clásica y la libertad del lenguaje danzario contemporáneo.
El espectáculo cerró con ‘Majísimo’, un ballet colmado –para la ocasión– de contrastes cualitativos que zarandearon al público entre el desconcierto y la algarabía. De cualquier modo, la obra levantó tanto al final que el público ofreció su veredicto en pie y aplaudiendo.
Acosta Danza es una compañía en ciernes, donde han de crecer y superarse bailarines muy prometedores. Pocas veces se tiene la fortuna de presenciar un estreno de dos programas diferentes con tan excelente impacto en el público. Les queda mucho trabajo por hacer, confianza que ganar y retoques para alcanzar la ansiada y escurridiza perfección. Pero lo más importante es saber que Cuba cuenta con una nueva visión estética, capaz de amalgamar coherentemente ballet clásico y danza contemporánea. Es un privilegio extraordinario que un bailarín de la talla de Carlos Acosta haya decidido orientar su talento, experiencia y conocimiento hacia el camino de la pedagogía. Su proyecto en mucho contribuirá al arte danzario de un país cuya escuela de ballet ha marcado pauta en América y el mundo.
Enhorabuena, una vez más, para Carlos, sus bailarines, coreógrafos y todos lo que hicieron posible tan bellos espectáculos.