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Marzo 2, 2007
Nefasto, los caníbales y los estragos
Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press
LA HABANA, Cuba - Marzo (www.cubanet.org) - La diferencia cultural de
los cubanos con los habitantes de cualquier territorio del universo es
insuperable. Salvo en la forma de abrir la boca para conversar, comer
o caminar en dos pies, somos diferentes.
Y no lo digo porque nos creamos superiores, pues lo somos, sino debido
al grado de sensibilidad y al comportamiento ético de quienes nos
hemos convertido en referencia mundial gracias a los dones, dimes y diretes
que nos caracterizan.
Un ejemplo elocuente es que mientras diversos grupos de brasileños
se desviven por contemplar el Pan de Azúcar como alimento para
el espíritu, miles de cubanos nos morimos por asegurarnos el agua
con azúcar y pan que nos garantice aunque sea un elemento para
el desayuno.
Demás está exaltar otras virtudes originales y recurrentes
como el empleo de la libreta de racionamiento, el uso del camello en la
transportación pública, y el descubrimiento de la barbacoa
como un avance en la arquitectura de solar o ciudadela.
Pero si hay un elemento que nos aleja del resto de la humanidad es el
lenguaje. Dotados de una basta educación nacida de la masificación
de la cultura, dispuestos a soliviantar todo concepto que deje bien clara
una intención que los pueda llevar a un calabozo o a la marginalidad
social, el cubano promedio se escapa entre los laberintos del idioma español.
¿Alguien que no sea cubano se atrevería a calificar a una
bella muchacha como bárbara o salvaje? ¿Estaría en
sus trece una persona que califique el robo sistemático como lucha?
¡Sólo un cubano!
Y es por eso que me place discurrir sobre la aplicación del término
"canibaleo" a quienes optan por sustraer desde un tomillo en
una fábrica de dominó, hasta las chimeneas de un ingenio
azucarero.
De acuerdo con fuentes oficiales, el "canibaleo" de angulares
y conductores en las redes eléctricas de alta tensión en
el país ha dejado pérdidas millonarias al estado.
Es decir, que mientras un caníbal que se respete sueña con
paladear un carcañal de aborigen australiana en su salsa, una nalga
de hawaiana al pincho, o una pierna asada al vino y con champiñón
de una institutriz escocesa, el caníbal cubano, en un acto de humanidad,
se conforma con comer cables, sogas, piedras y cuanto objeto le permita
después adquirir cualquier alimento vegetariano.
No importa si es un caníbal estatal o por cuenta propia, pues siempre
la sensibilidad y el respeto al ser humano lo definen como un caníbal
ejemplar, digno de encarcelamiento por causar estragos a la economía
nacional con el objetivo de matar el destrago estomacal que lo persigue.
Pero el caníbal cubano no es un antropófago como los integrantes
de esas tribus de la época medieval que habitaban desde el Tibet
hasta Sumatra, según el chismoso marco Polo, y mucho menos como
los bindewurs de India central que se comían a los enfermos; a
los aztecas mexicanos que sacrificaban cada año a miles de seres
humanos en honor a Tezcatlipoca.
El caníbal isleño es previsor, multipropósito, integral,
y lo mismo se zampa un bombillo ahorrador de una cafetería, que
una medicina en falta de un dispensario, o el puré de tomate de
un asilo de ancianos.
Eso sí, nunca carne humana, por mucho déficit que tenga
en el consumo de las restantes.
Según cuenta Aníbal -alias "Mundito el socio"-,
un caníbal profesional de San Juan y Martínez que participó
en el evento "Canibaleando la esperanza", la delegación
cubana puso bien alto el nombre de la Isla, y aunque unos dicen que para
homenajearla y otros que para no comérsela, dieron la talla.
La cuestión es que mientras las delegaciones de caníbales
iroqueses de América del Norte y los tupinambas de Brasil recorrían
la mesa sueca montada en el hotel El cadáver exquisito, en busca
de orejas frescas, codos en conserva, tobillos rellenos y otras partes,
los cubanos causaban estragos chupando los tornillos de la mesa, masticando
en calma las rejillas de un aire acondicionado, y tomando gustosos de
un tanque de petróleo y otro de gasolina, que garantizarían
el regreso de los participantes a sus respectivas tribus.
Y si esto no es decencia, educación formal y amor a la humanidad,
que venga algún caníbal y aclare.
Eso se los aseguro yo, Nefasto "El antropófago".
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