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Noviembre 23,
2006
Nefasto y "Los nostálgicos del Séptimo Día"
Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press
LA HABANA, Cuba - Noviembre (www.cubanet.org) - La nostalgia pos muro
de Berlín que ataca a los artistas cubanos que "actúan"
con permiso de residencia temporal fuera del país, se ha convertido
en un arte patriótico y sentimental, en una especie de religión
avalada por la Carta Magna de la libreta de racionamiento, el carné
de identidad, una mata de mango, la foto familiar, y un perrito faldero
ladrando por todo el corazón.
¡Nadie sería capaz de imaginar la nostalgia por una judía
sin sazón que siembra una fabada asturiana!
¡Jamás un animal pensante sufrió tanto al estar
alejado de su tribu! Aunque, a decir verdad, nunca con ese sano deseo
de mantenerse triste por años, siempre añorante, enmorriñado
y con tremendo gorrión hasta que el último pariente dentro
de la Isla llegue junto a él, o el último suspiro lo sorprenda
en sus idas y vueltas estirándose el pellejo por la cultura de
la nación cubana.
Eso de volver con la frente marchita y la nieve del tiempo plateando
la sien, quedó al campo desde que la silicona, el tinte, la cirugía
plástica y la alimentación proteica y sistemática
llegaron a sus vidas. Un ejemplo es que casi todos los nostálgicos
del Séptimo Día cubanos se van viejos y vuelven tan jóvenes
que hay que hacerles una prueba de ADN para identificarlos, determinar
su edad, y asignarles culeros, baberitos y colonia infantil, si han vuelto
niños; y si ocambos, cerelac, mientras dure su estancia en el país.
Pero es tan real la pesadumbre por estar alejados de su tierra, el nivel
melancólico que les proporciona actuar frente a otro público
y en escenarios viciados por el exceso de iluminación, el confort
de los camerinos, la funcionalidad de la escenografía, la calidad
del audio y la afinación de los instrumentos que, ebrios de infelicidad,
van a emborrachar sus penas cada sábado a cualquier tablao madrileño
en espera de un nuevo amanecer.
¡Sáquenme de Madrid! ¡Quiero volver a Cuba!, se escucha
entre castañuelas, claves, zapateos, rumba y guaguancó,
como un conjuro contra la evocación de una Isla distinta y distante
de la soledad que los derrumba (hartos de comida, de vino, y de pesar,
¡tetas!) sobre las torneadas piernas de unas barcelonesas que, entre
hipos y sollozos, entonan en catalán desafinado La Guantanamera,
mientras ellos recitan con voz entrecortada: "Tengo lo que tenía
que tener".
Por eso, al volver, no satisfechos con decir en la televisión
cubana que transcurridos diez años recuerdan con ternura lo exitoso
del último concierto de trova y de poesía bajo un apagón
total (de más está decir, sin audio y sin merienda), sobre
los escombros de la tarima que se derrumbó por falta de clavos,
y sin cobrar ni un kilo, pues era en homenaje a la puesta en marcha del
fogón de un comedor obrero, se rajan a llorar como parvulitos frente
a vidrieras con juguetes "shopinizados".
¡Y no es por debilidad ni falso patriotismo! Es porque muchos
lo sienten en la fecha del vencimiento del pasaporte, en las bulliciosas
noches de su entorno habanero, y en la posibilidad de seguir poniendo
en alto el nombre de Cuba desde las calles de Madrid, mientras añoran
en su destierro por cuenta propia o en misión especial, los baches
de la Isla.
De acuerdo con algunos versículos de la oración diaria
que rezan Los nostálgicos del Séptimo Día "la
distancia es una bruja con piel de lejos, aunque si el palo de la escoba
es europeo, vale la pena el viaje".
Pero eso sólo será posible si cumplen con las asignaturas
del PRE (Permiso de Residencia en el Extranjero), pues si por alguna razón
alegan que en Cuba no hay motivos para cantar, o se necesita permiso para
escribir, pueden estar seguros que los descubanizamos, les rompemos una
guitarra en la cabeza, los hacemos tragar cien páginas de su libro,
y tendrán que tocar campanas o vivir su novela en otras tierras,
como aseguro yo, Nefasto "El comisario cultural".
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