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Noviembre 15,
2006
Carta de Nefasto a un aborigen
Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Mi muy desflechado y casabero
Taíno:
Desde el día en que obligaste al cacique Habanaguanex a firmar
un tratado comercial con Pánfilo de Narváez en el que siboneyes,
lucayos, guanajatabeyes y macuriges se comprometían a entregar
hojas de tabaco, variedades de frutas, cabuyas, ajorcas y collares a cambio
de arcabuces, espejos, y un lote de ladridos de perros españoles
para los canes mudos que andaban como sombras por los bosques y caseríos
de la Isla de Guanahaní, supe que no tenías bien puesto
el taparrabos.
Y no es porque se te cayera por causa de la flaquencia, pues bastante
tortuga a la insolación, pez a la coa y casabe a la vinagreta consumías
en tu conuco, construido con barbacoa de tablas de bergantín, con
balcón al mar Caribe.
El problema es que supe, a través de una fuente fidedigna, de
la pasión de las emigrantes tribus taínas por el adorno
con cuentas de piedra, y con las láminas de oro conocidas en aquel
entonces por "guania".
Demás está decirte que a partir de esas muestras de carácter
mercantilista y vanidad, me di cuenta que tu accionar sería para
las tribus nativas de la Isla algo así como una flecha envenenada
con aceite Castrol.
Y no me equivoqué, despreciable aborigen, pues sólo transcurridos
algunos siglos vendiste tu nombre y tus derechos al mejor postor, Radio
Taíno, que anuncia a toda hora productos y servicios muy lejos
del alcance de quienes te hicieron célebre y colocaron como cacique
de la incipiente nación: los nativos.
No sabes lo incómodo que resulta escuchar desde el vientre infernal
de algún camello, o desde la engasolinada atmósfera de un
almendrón, esa vocecita dulce de mujer que te anuncia como si se
burlara: ¡Gran Car, Gran Car! El vehículo de los campeones.
Haga su sueño realidad con Gran Car, un viaje en el tiempo. Aquí,
por Radio Taino, la FM de Cuba.
¡Es como para tirarse de esas bestias rugientes, bamboleantes
y calentonas, y echar a correr hasta el siglo XVI, tomarte por el mugroso
cuero cabelludo -hoy lavado con champú y acondicionador Sedal-
y hacerte renegar de la renuncia a tu identidad.
¿En qué sitio dejaste el parque de piraguas y canoas fabricadas
con troncos de árboles del país, garantizadoras de un seguro
y puntual transporte para todos, donde viajaban desde el más emplumado
cacique, el indio más humilde y el más temido hechicero
de la tribu?
¿Cómo es posible que con el desarrollo de una industria
alfarera que fabricaba ollas, platos, botellas y el autóctono burén
"La casabera de Guanahaní" (adornadas con aquellos inigualables
dibujos o Wuampum), admitas que se comercien similares productos de menos
calidad?
¿Dónde dejaste la vergüenza enganchada si permitiste
que las rutilantes naguas que hacían parecer sexy a las más
obesas o descuajeringadas indias, sean sustituidas por marcas y diseños
extranjeros en detrimento de los artistas de la comunidad?
Y ni hablar de aquella bebida "Indio al suelo", repartida
en los cócteles de los areitos que cerraban con flechazos de oro
los populares juegos de batos, hoy relegada por una cerveza con nombre
de atracador: "6.5 Max", "Bucanero Max". ¡La
máxima! ¡El perfecto equilibrio de la fuerza y el refinamiento!
Además, resulta vergonzoso que los descendientes de una sociedad
indígena con grandes aportes a la farmacopea, la cesárea
y la ortopedia universal (a través del behíque, o médico
de la tribu), a veces tengan que buscar un medicamento para la diarrea,
sacar de órbita un feto rebelde, o componer un hueso por los asentamientos
rurales de las riberas del Orinoco.
Despreciable aborigen, si aún recuerdas la diversidad de árboles
frutales que ensombrecían de verdor la Isla, ¿adónde
carajo fueron a parar el mango, la guayaba, el níspero, la naranja,
el mamey, la guanábana, el mamoncillo, la fruta bomba, el canistel,
la mandarina y el melón, entre otros que hoy llegan a nosotros
a cuenta gotas, dólar mediante, y tan esmirriados, desabridos o
con sabor a lata, que caben en una bolsita de papel?
Mientras preparas tus respuestas, hazte un ebbó, crúzate
tres líneas de ceniza sobre la frente, santigua el taparrabos,
adórnate con plumas de gallina prieta, y olvídate de tus
sueños de ser un Gran Cemí, pues sólo eres un indio
que delira por Radio Taíno, como aseguro yo, Nefasto "El hechicero".
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