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Octubre 24, 2006
A veces somos muy iguales
Marilyn Díaz Fernández, Sindical Press
LA HABANA, Cuba - Octubre (www.cubanet.org) - El igualitarismo en Cuba
se manifiesta en cualquier parte, aunque no quiere decir que todos somos
iguales. Los cubanos, luego de 47 años de revolución, reconocemos
a simple vista que la sociedad vive una suerte de círculo rotatorio,
en el que un día se está arriba y otro abajo. O sea, que
los privilegiados y los desposeídos en este país no tienen
nómina fija, por eso escuchamos decir con frecuencia que la vida
en Cuba es un cachumbambé: un ratico arriba, y un ratico abajo.
Esta idea vino a mi mente hace unos días, a la entrada del antiguo
central azucarero Siboney, hoy Empresa Mielera, ubicada a veinte kilómetros
de Sibanicú, donde resido, mientras esperaba por un carro para
trasladarme a mi hogar.
Varias personas me acompañaban en la espera. Allí estaban
un médico, un capitán de la policía, un abogado,
otro oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, borrachines, indigentes,
y una ingeniera que era yo misma. Todos mostrábamos la misma ansiedad,
el mismo deseo de llegar a nuestros destinos, impacientes por lo avanzado
de la hora. Sentí que los presentes en aquel sitio vivíamos
un momento de igualdad colectiva.
Pasó el tiempo, cayó la tarde y seguíamos siendo
iguales, hasta que corrimos todos para subir a un camión-rastra
que se detuvo ante las señas de uno de los presentes, y decidió
llevarnos. El camión era una enorme jaula de metal, utilizado para
el transporte de ganado mayor (vacas, caballos), y regresaba de un reciente
traslado de animales, lo que comprobamos al subir, porque costó
Dios y ayuda encontrar un sitio libre de estiércol de vaca, muy
fresco, por cierto. Del olor no pudimos librarnos.
Con los pies en punta, pero llenos de regocijo ante la posibilidad inminente
de llegar a casa, hombres, mujeres, jóvenes y viejos, viajamos
custodiados todo el tiempo por el calor (presente todavía en el
camión-jaula) de los animales, que momentos antes habían
ocupado el mismo espacio.
Más de cincuenta personas, aferradas a los barrotes, viajamos
juntos sin que nada, ni títulos universitarios, ni grados militares,
ni edad, ni sexo, nos diferenciara. Para todos quedó muy claro
que en Cuba, a veces, somos muy iguales, aunque está igualdad se
nos imponga, y por tanto, no es deseada.
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