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Julio 11, 2006 Nefasto "El Constructor" Boza (I)Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press LA HABANA, Cuba - Julio (www.cubanet.org) - Mi premiada experiencia como reparador A de baches, cunetas, huecos, orificios y otras oquedades a nivel nacional, así como el meritorio desempeño en la construcción de barbacoas individuales y colectivas, vara en tierra de un palo y de dos, bohíos "arde-zinc", casamatas de yagua y yute, además de un postgrado en el diseño de gallineros sin gallinas como torres de seguridad en las cuatro esquinas de los "llega y pon", resultan suficiente para calificarme como un policonstructor. Y no lo digo por vanidad, para que me aumenten el salario, entreguen en ceremonia colectiva un par de zapatos para el año, o reajusten el escalafón, que de acuerdo a su número obtendré una vivienda en el año 2073, sino para salir al paso a una escalada de ataque contra los aguerridos constructores cubanos que, según sus abundantes críticos, deben de transformar su mentalidad, y convertir en arena, cemento y cal los problemas subjetivos que provocan desorganizaciones en el sector. De acuerdo con los atacantes, "es imperdonable que un futuro edificio de cinco plantas no tenga proyecto, que en una obra el único que tenga casco sea el jefe, que no se prevean güinches ni hormigoneras ni mezcladoras, y que suban con material a tres pisos utilizando simplemente una soga". Si a estas simplezas les agregamos la supuesta necesidad de calificar a los carpinteros, albañiles y electricistas a pie de obra, la impostergable creación de talleres donde reparar los implementos de trabajo, así como una herrería rústica para hacer picos, palas y vagones, ¿estaremos hablando de los precursores de quienes construyeron las pirámides de Keop, en Egipto? ¿De quienes integraron la brigada de choque Los soneros de Babilonia en su infructuosa misión de levantar la Torre de Babel? ¿O tal vez de aquéllos que emprendieron las audacias constructivas de El Faro de Alejandría, las torres defensivas medievales, o las cúpulas de grandes iglesias como la Basílica de San Pedro, del Vaticano, y la Catedral de San Paul en Londres? Los descendientes de quienes sembraron la eficiencia al construir el Capitolio Nacional, el hotel Habana Libre, el edificio Focsa, entre otras obras que sin tener la calidad estética ni el acabado de las escuelas en el campo, los edificios multifamiliares con su variedad de estilos Bolo, Tundra, Taigá, Konsomol, Sardina en lata y Tres en un zapato, y los novedosos supermercados con filtraciones desde el diseño hasta el techo, ¿ahora son calificados de ineficientes, incapaces o corruptos? Eso de que los convenios colectivos de trabajo no siempre se convierten en una herramienta efectiva, que las contrataciones son inadecuadas, que no hay retroexcavadoras, pero que cuando las encuentran no tienen petróleo, o que el apresuramiento por entregar en fecha una obra para cumplir con metas, fechas, o saludar visitas, se suman a las causas del desbarajuste constructivo a nivel nacional, son puras boberías. ¿Ustedes se imaginan a un colectivo de esclavos egipcios firmando un convenio con el capataz sobre un pedrusco de 50 kilogramos? ¿A los constructores de las fortalezas medievales buscando petróleo para echar a andar una retroexcavadora que les permita realizar el movimiento de tierra donde se levantará una casa de cambio (CADECA)? ¿O a los Soneros de Babilonia entregando un edificio de apartamentos antes de que lleguen las inundaciones del Nilo? Si hubieran esperado por esas nimiedades ¡ni los cimientos hubieran concluido! El problema de nuestros constructores está en la atmósfera, sumergido en los polvos, clavado en las cabillas y sujeto al cemento de un horizonte de casas que apenas se levanta, sostiene y amenaza con derrumbarse por la inestabilidad del suelo. ¡Nunca por el empleo de un albañil evaluado de A, que apenas responde a la calificación de B! ¡Jamás por falta de materiales, el mal estado de los equipos, o la falta de transporte, la ropa y los alimentos! El problema es el mal de ojo. La envidia que provoca el nivel de nuestros constructores a los infelices que participaron en la construcción del edificio Chrysler, de sólo 319 metros, a los del Empire State Building, de 381, ambos en New York, o a los de las Torres Petronas, con sus 451 metros levantados como una mala palabra en medio de la miseria de Kuala Lumpur, en Malasia. Y no es que queramos establecer comparaciones con los norteamericanos, pues sólo en el 99.9 por ciento de las ocasiones y temas las realizamos, sino porque allá no han logrado secretos constructivos que aumentan el confort y la seguridad en las edificaciones terminadas. La mentalidad de un constructor norteamericano se ubica entre la rentabilidad y el goce, mientras que en nuestro país se mueve entre la "rebientabilidad" y el truene pa´que no goce. Y no es porque un constructor anegado de problemas no sea capaz de ser abnegado en su trabajo, sino debido a su compromiso con la patria de concluir una edificación sólida, que dure aunque sea seis meses sin goteras en el techo, cuatro antes de que se inutilicen las instalaciones sanitarias, tres sin que se agrieten las paredes, dos en los que aún se pueden abrir y cerrar las puertas, y uno sin que se inunde de aguas albañales todo el apartamento. 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