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Junio 14, 2006

Carta de Nefasto a un edificio inhabitable

Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press

LA HABANA, Cuba - Junio (www.cubanet.org) - Mi siempre fiel, semiderruido y despintado edificio:

El día en que Teresa viajó con inodoro y todo desde un apartamento de tu cuarto piso hasta la planta baja sin perder la ternura -eso sí, dos dientes, tres costillas, un pedazo de carne de una nalga, varios mechones de pelo y algunas carnecitas de las distintas zonas geográficas de su bien distribuida figura-, comprendí tu propia guerra contra las calamidades y el tiempo.

Esa tarde de sol y de victorias deportivas en las Espartaquiadas de Moscú, luego que fui salvado de imborrables fracturas al quedar colgado de un alambre por caer al balcón donde filosofaba entre nubes de polvos y montañas de escombros, supe que la vida de los edificios, como la de los humanos, también llega a su fin.

Y me dolió, tembloroso y crujiente inmueble, que tus más de tres décadas defendiéndonos de las olas del mar desenfrenadas al compás de las lluvia y el furor de los vientos lanzados contra ti por huracanes traicioneros, tormentas insidiosas y depresiones tan vitales como un carnaval en su inauguración, no tuvieran un gesto de gratitud por parte de quienes te habitamos tanto tiempo.

Que llegues a la senectud sin un repello, sin una pinturita siquiera, o con más cabillas de fuera que costillas vistas tras el pellejo de un faquir descamisado, no es razón suficiente para declararte inhabitable.

Comprendo que los pisos se hundan, las paredes se caigan, y que de las instalaciones hidrosanitarias y eléctricas originales no queden ni los planos.

Sé que son los propios inquilinos quienes vendieron los mosaicos que hacían deslumbrante la escalera principal; las maderas preciosas que conformaba una marquetería insuperable en puertas y ventanas, y hasta las tejas del techo, las baldosas del piso, las turbinas, los ladrillos de la cisterna, los contadores y el catao para poner fin a una emergencia eléctrica.

Pero yo te pregunto, traqueteante cuidador de nuestras vidas, ¿cómo podían sobrevivir en la humedad interior de tus paredes sin calentar los huesos en una hoguera hecha con las tablillas de una persiana, el marco de una puerta, y los salvadores travesaños de un closet convertido en corral colectivo, donde pollos, gatos, carneros, perros y hasta chivos aguardan por tu sucesor, prometido desde el fatídico año 66 en que te declararon inhabitable?

Sólo han transcurrido cuarenta años, pero sumados a los cincuenta que tenías cuando te invadimos, te convierten en un nonagenario edificio parado frente al mar como un fantasma habitado por suicidas,

Además, ni te va ni te viene que te digan inhabitable, pues tu interior retoza como una maraca que acompaña el ritmo del sucu-sucu, y es recorrido por ratas y todo tipo de alimañas con más frecuencia y mayor aglomeración que aviones en el aeropuerto de Chicago, embarcaciones en el puerto de Rótterdam, y cubanos en las embajadas extranjeras en Ciudad de La Habana, respectivamente.

¡No-es-tás-so-lo! Y mucho menos debes amilanarte por tu futura caída, ya que tu vida útil ha desgraciado y salvado a tantos que ya perdí la cuenta.

Y lo de la desgracia no lo digo por Teresa, que si bien desde su caída padece de "inodorofobia", aún conserva el aperitivo de su mirada, el plato fuerte de su cuerpo y el postre de una conversación tan inteligente que anda buscando un ruso que la lleve a vender girasoles de a peso en la calle Arbat.

Eso sí, decrépito inmueble, polvoriento edificio, pero en nuestra sucursal del Edén en la tierra, es decir, en Cuba, tienes que caer con dignidad.

No como esos edificios que a la más leve brisa, ante un leve pisotón de un inquilino gordo, o el correteo entusiasta de los niños comienzan a padecer de polvaredas agudas, hundimientos frecuentes y tembleques de vigas y paredes que los hacen danzar cual si estuvieran en una cuerda floja; si no de aplomo, estruendoso como un manantial que cae desde lo alto de una montaña, o como alarido de indios atados al sillón de un estomatólogo.

Sé que algún día nos veremos en la evacuante necesidad de abandonarte, y espero que no sea por una tumba en el cementerio Colón luego de ser sacado de entre los escombros.

Pero eso demora, inquietante armazón de semi-ladrillo y tablas de apuntalamiento. Y no porque el Poder Popular no esté ojo avizor con tu inminente derrumbe para construir un parque o un parqueo donde duerman su fecunda laboriosidad los autos de una corporación, del partido o de los jóvenes comunistas, sino porque los materiales están siendo empleados en labores solidarias con los desposeídos en el extranjero, pues nosotros, aunque no pase un día sin que nos caiga una piedra en la cabeza, un trozo de madera en la cama, no podamos recostarnos a las paredes, ni bajar corriendo las escaleras, y durmamos con un ojo abierto y otro cerrado -por si acaso tu destino es caer sin avisarnos- contamos con un techo donde guarecernos.

Pero de algo hay que morir, discutible morada con reconocimiento jurídico y existencia real en el fondo habitacional de la dirección de la vivienda en Centro Habana, como reza en el carné de identidad y la libreta de racionamiento de tus inquilinos.

Además de invertir materiales en tu restauración, ¿cómo sembrar a Cayo Coco, Cayo Guillermo, Cayo Largo del sur -para los del norte- y cuanto cayo tenga el archipiélago cubano, de lujosas y superconfortables edificaciones a las que sólo accederán turistas extranjeros, cuyo dinero se revierte en comprar argamasa, pintura de cal, tablas de pino, barro, piedras, yareyes y hasta bosta de vacas que posibiliten construir inmuebles de bajo costo, pero dignos, derrumbables, aunque nunca antes de un segundo aguacero, que asignaremos a la vanguardia de nuestro pueblo?

Y es mejor de un ladrillazo tuyo, de tu azotea voladora o del derrumbe de tu escalera que de una gripe en la calle, la mordida de un perro o un bicicletazo.

Aunque sé que estás triste por lo que consideras tu abandono, la realidad es otra, ya que tu recuerdo imperecedero quedará en la rodilla de Benigno cuando se hundió graciosamente un escalón de la escalera en la cabeza de Cecilia, que padeció de amnesia hasta el día que un fragmento de bloque redentor, con alma de cirujano, le abrió una pequeña herida de 23 puntos por donde le volvieron sus antiguos recuerdos.

Mi polvoriento y desbalconado edificio, no te lamentes más con esos crujidos que nos mantienen despierto hasta el amanecer, si llueve, peor; y si no llueve, también, pues si mueres por falta de cabillas, cementos, mosaicos y pintura, no hay quien te quite lo bailao.

No tendrás el garbo y la presencia de un Someillán, un Retiro Radial, un imponente Focsa; ni tendrán tu piscina de aguas purificadas como el Meliá Cohiba, el Habana Libre o el Saint John, pero tienes la forma de un palomar invertido, de una caja de fósforo familiar, y sobre todo, de un guardagente rústico levantado en Kalmukia para los desprotegidos.

Canta tu llanto de cemento empolvado, de cabillas deshechas y de pisos hundidos en las pesadillas de un reggetón, que yo recordaré tu imagen desde la cima de tus escombros o bajo ellos, si antes no me borras del mapa de un ladrillazo.

Sin nada más que agregar, se despide de usted y se evacua por cuenta propia, Nefasto "El Tenebroso Boza".

LUX INFO-PRESS
Agencia Cubana Independiente de Información y Prensa
E-mail: Fsindical@aol.com

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