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Mayo 4, 2006

¿Sobra adrenalina o falta deporte?

Reinaldo Cosano Alén, Lux Info Press

LA HABANA, Cuba - Mayo (www.cubanet.org) - ¡En sus marcas! ¡Listos! ¡Fuera! Nadie oirá la orden de arrancada porque no saldrá de garganta alguna ni de instrumento sonoro. Sólo imaginariamente será escuchada por los imberbes atletas, puesta la mente en la palanca de cambio de velocidad del ómnibus al que se aferran fuertemente.

El nuevo e incontrolable mal, llamado deporte extremo, de agarrarse ciclistas y patinadores a cualquier parte de un ómnibus ha cobrado ya muchas vidas de adolescentes entre 14 y 18 años, y son muchos también los lesionados graves. En tanto, ninguna acción de convencimiento o fuerza ha logrado atajar la suicida práctica.

El enorme coliseo deportivo para esos jóvenes irresponsables se extiende por toda la capital, con sus 2 millones 200 mil espectadores, sorprendidos y alarmados. Los principales circuitos de carrera para estos atletas son las avenidas rápidas por donde se desplazan veloces ómnibus y camellos.

En rigor, los competidores no molestan a nadie. Escapan de la policía que intenta capturarlos gracias a sus habilidades ciclísticas que superan a las del agente del orden.

Estos jóvenes no pueden ser calificados de antisociales porque se trata de escolares. Amables si se les trata con aprecio. Arriesgan la vida con naturalidad por presumir en su grupo. Frente al cuestionamiento de los mayores por arriesgar inútilmente la vida simulan acatar la reprimenda. Pero sólo eso: simulan.

La preparación para esta insólita práctica se inicia desde edades tempranas. Primero patines, patinetas; después bicicletas. O siempre bicicletas. Las autoridades no dan cifras de lesionados ni fallecidos a causa de esta práctica de engancharse a las guaguas; pero se infiere que son altas por la preocupación que ha mostrado la prensa.

El diario Granma, en su edición del 28 de abril de este año, trata el asunto refiriendo casos de fallecidos y lesionados. La indagatoria entre protagonistas y las instituciones oficiales, aunque de interés, se queda en la cáscara.

Hay padres que aseguran que sus hijos están bien preparados para sortear los peligros, y razonan: "Lo hace desde pequeño". Para otros se trata de "una mala racha de la edad". Algunos demuestran mucha tolerancia: "Es cosa de la edad; ya se les pasará". Impotente, una madre señala: "No puedo tenerlo a mi lado, conmigo, todo el tiempo". Otra madre se pregunta, resignada: "¿Qué puedo hacer? Dios lo proteja".

Hay ciudadanos que culpan a los conductores. Miguel Galván, chofer de camello, se defiende: "Nosotros paramos, les gritamos, pero son muchos y enseguida se pierden. No creo que seamos los responsables del problema. Están la policía, la familia para ocuparse. Eso lo ve todo el mundo".

El mayor Eduardo Creach, jefe de la sección de educación vial de la Dirección Nacional del Tránsito, señala: "Todos somos responsables. No se trata de multar a los padres si los hijos son menores. Ni de retenerlos o quitarles las bicicletas si son reincidentes. Abogamos por la labor preventiva que comienza en el hogar y se refuerza en la escuela y la comunidad".

Fidel Bonilla, director nacional de recreación del Instituto Nacional de Deportes, destaca: "Esas locuras que liberan adrenalina no son una modalidad de deporte extremo, que está científicamente demostrado, porque todo lo que hacen los competidores es racionalmente posible, aunque implique valor, talento y entrenamiento. El riesgo está calculado. En cambio, colgarse de una guagua es una decisión antideportiva que puede provocar la muerte. Es señal de inmadurez y no de talento".

Por su parte, el joven Carlos Mazola asegura: "Nosotros hacemos esto porque es como un deporte extremo".

Pero, ¿por qué tan progresiva inclinación de los adolescentes y de los jóvenes a esta práctica? La respuesta es sencilla, y se responde con otras preguntas: ¿Por qué los jóvenes no disponen de kayaks, tablas de surfing ni de bicicletas acuáticas? ¿Por qué no tienen a su disposición marinas Hemingway, ni equipos para practicar béisbol, baloncesto, tenis, artes marciales; ni balones de oxígeno, trajes térmicos, patas de rana para el buceo; instrumentos para escalar montañas, ni para la pesca deportiva? Mucho menos pueden soñar con carreras de motos. ¿Cuántos pueden tener motos o bicicletas de carrera? ¿Por qué tantas piscinas desactivadas? ¿Por qué fue eliminado el único terreno de pelota que quedaba en Guanabo?

¿Dónde y cómo liberar adrenalina sin peligro? ¿Es que perdió vigencia la milenaria sentencia "mente sana en cuerpo sano? Otra sentencia popular proclama que no es ya el béisbol el deporte nacional sino el "jaibol".

"La sociedad no puede continuar de espectadora. Vale la pena cuestionar qué hacer. Exijámonos todos, más si son nuestros hijos los que corren peligro" -concluye el periódico Granma su análisis.

Ahora mismo un grupo de ciclistas del mal llamado deporte extremo avanza hacia diferentes barrios de La Habana para organizar el "piquete". Llegan enganchados, como de costumbre. Acechan como tigres, apostados en las esquinas, a la espera del cambio de velocidad del ómnibus. La guagua acelera. ¡Ahora es el momento!

Iba con su bicicleta brillante. Cada tuerca bien apretada. No pudo aguantar el tirón producido por el bache. Cayó al pavimento.

"Era el mejor, el one. No fue culpa suya. La calle rota tuvo la culpa. Pobrecito. Una vez me caí por culpa del bache. Tuve suerte. Sólo me fracturé dos costillas. '¡Eh, asere!', me decía, '¿cuándo hacemos la otra agarrada de guagua? ¡Los voy a dejar atrás!'", comenta un osado deportista.

Por las calles de La Habana, aunque se le recuerda en toda Cuba, vaga "El Diablo Rojo". Así se hacía llamar por pura fanfarronería o como atractivo comercial. Enfundado en sus patines hacía presa de sus acrobacias a los automóviles. Por detrás, los lados o de frente, obligando al conductor a reducir la velocidad. Provocaba "El Diablo Rojo" la admiración y el aplauso de sus ocasionales espectadores.

El excelente acróbata, devenido personaje folclórico, si viviera hoy enmudecería de espanto ante el espectáculo de los adolescentes agarrados a la ventanilla, al guardafangos de una guagua, regalando sus vidas. "Es una locura", hubiera dicho, con su pañuelo rojo anudado al cuello, y otro, también rojo, en la mano, para secarse el sudor.

Entonces no se hablaba de descarga de adrenalina en el torrente circulatorio, ni de deporte extremo, ni de piscinas vacías. Se vivían otros tiempos.

LUX INFO-PRESS
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