ONU, 1948
Sr. presidente
Sres. delegados
Cuba no podía dejar de figurar en el coro de países que en
esta Tercera Asamblea General de las Naciones Unidas desean celebrar, desde la más
importante tribuna del mundo, la realización, ya muy próxima, de
la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
Al efecto, fue por iniciativa cubana que, desde las primerísimas
sesiones de la Asamblea General en Londres, se le encomendó al Consejo
Económico y Social la ardua tarea de elaborar un documento de tan larga
trascendencia. Y en esta oportunidad, sentimos verdadero orgullo al recordar que
el primer proyecto, muy modesto, depositado oficialmente para servir de base a
la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, lo fue por el Dr.
Ernesto Dihigo, eminente profesor de la Universidad de La Habana, y miembro de
la delegación de Cuba.
Hoy, aquella iniciativa, madurada gracias a los brillantes trabajos de la
Comisión de los Derechos del Hombre, alcanza su resultado definitivo, que
fue presentado con tanto talento por el ilustre Relator de la Tercera Comisión,
el senador haitiano señor Saint Leau y por su presidente el señor
Laar, ministro del Líbano en La Habana, por quien sentimos tanta admiración
y tanto afecto. Séame permitido añadir que ha sido para Cuba una
honda satisfacción este hecho de ser un haitiano el portador frente a la
humanidad del más valioso mensaje de las Naciones Unidas, porque no puede
dejarse de reconocer que Haití es precisamente de aquellas tierras
privilegiadas cuya historia entera se caracteriza por un esfuerzo heroico y
constante por defender y dar vigencia a los derechos del hombre.
La delegación de Cuba agradece a la Tercera Asamblea haber acogido
con calor su propuesta de designar como Relator para la Comisión de los
Derechos Humanos al señor Saint Leau. Como pueblo de la América de
habla española, Cuba se siente orgullosa de haber delegado para el
informe de la Tercera Comisión en un destacado hijo de un país
americano de lengua francesa, de Haití, tierra en la cual el gran Bolívar,
nuestro Bolívar, halló a la vez estímulos morales y ayuda
material para lograr su gran obra de liberación y de libertad.
Mi delegación, en estos momentos de alegría en que a cada uno
debe dársele lo suyo, tiene el deber de reconocer la labor de gran mérito
de la Comisión de los Derechos del Hombre, que trabajó
incansablemente durante dos años bajo la inspiradora presidencia de Mrs.
Roosevelt y que redactó en verdad un valioso proyecto de documento que
expresaba con belleza y con fuerza la aspiración más elevada del
hombre del siglo XX: el advenimiento de un mundo en que los seres humanos,
liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la
libertad de creencia.
Otro de los documentos históricos que inspiró las labores de
la Tercera Comisión fue la Primera Declaración de los Derechos y
Deberes del Hombre aprobada internacionalmente por los pueblos americanos en
Bogotá. Mi delegación, a quien le cupo el honor en la capital de
la hermana república de Colombia de asumir la responsabilidad de la
ponencia de aquel documento, se hizo un deber de presentar y defender ante las
Naciones Unidas los más valiosos aspectos de aquel precioso texto y puede
afirmar ahora, con toda sinceridad, que las Naciones Unidas han sabido recoger
todos los puntos esenciales con los cuales el documento de Bogotá podía
enriquecer el proyecto del Consejo Económico y Social.
Sobre este aspecto de nuestras labores, no podemos dejar de mencionar que
fue gracias al tesonero esfuerzo y al gran poder de convicción del
delegado de México, doctor Campos Ortiz, que la Tercera Comisión
agregó a su texto original el importante artículo 9, inspirado en
el derecho de amparo mexicano y que es el único texto de la Declaración
que garantiza, en el campo nacional, el efectivo respeto de los derechos
fundamentales reconocidos por la Constitución y por la ley.
Dentro de un mismo orden de ideas, le corresponde a mi delegación el
honor de haber inspirado la forma definitiva de uno de los Considerandos, que
reconoce esencial que los derechos del hombre sean protegidos por un régimen
de derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la
rebelión contra la tiranía y la opresión. Así queda
inscrito, en esta Declaración, el espíritu de uno de los Artículos
de la Constitución cubana que confiere el derecho de resistencia adecuada
contra tales desmanes arbitrarios. Y este Considerando es, además, un
homenaje a Francia, tributado por mi país, que tanto admiro y que siguió,
como lucha propia, las etapas de su gloriosa 'resistance'.
Nos es grato comprobar que, en la Declaración, los derechos sociales,
que son el principal aporte del siglo XX en esta materia, así como los
derechos jurídicos lo fueron del siglo XIX, quedaron tratados con toda la
importancia que merecen, y le queremos expresar a las Naciones Unidas nuestro
agradecimiento por haber acogido favorablemente textos inspirados por dos
enmiendas cubanas que reconocen, en el campo del trabajo, el derecho de seguir
libremente su vocación, y también el derecho que ha de tener todo
trabajador de recibir una remuneración equitativa y satisfactoria que le
asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad
humana, y que sea completada de ser necesario por cualesquiera otros medios de
protección social.
No podrá tampoco olvidar mi delegación la acogida que recibió
otra de sus iniciativas por parte de las Naciones Unidas: la de inscribir en la
Declaración el derecho a la protección de la honra, elevadísimo
concepto moral tan enraizado en toda alma de estirpe española. Y no nos
es posible silenciar que gracias al esfuerzo conjunto de Francia, México
y Cuba, se le reconoció de manera definitiva a aquellos que pertenecen a
la única aristocracia legítima, me refiero a los creadores, ya
sean artistas, literatos o bien científicos, el derecho a la protección
de sus intereses morales y materiales, que les corresponden por razón de
las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea
autor.
No nos corresponde por el momento subrayar otros aspectos importantes de la
Declaración, que tanto valor le dan. Pero no silenciaré que mi país
y mi pueblo están altamente satisfechos al ver que de manera tan rotunda
se ha condenado para siempre la odiosa discriminación racial y las
injustas diferenciaciones entre hombres y mujeres.
La delegación de Cuba vaciló muchas veces antes de presentar
sus numerosísimas enmiendas al proyecto de la Declaración de los
Derechos del Hombre. Sin embargo, en definitiva entendió que ese afán
de perfección y esa severidad crítica eran uno de sus deberes, ya
que tenía el derecho de ser muy exigente en un asunto de esta índole
una delegación que representa a un país que tiene el orgullo de
haber producido el Manifiesto de Montecristi, una de las más generosas y
humanas declaraciones de los derechos y deberes del hombre que haya presidido al
nacimiento de una nación.
Y creo a bien, señor presidente y señores delegados, que los
miembros de la delegación cubana se sienten hondamente conmovidos cuando,
al recorrer los Artículos de la importante Declaración que vamos a
aprobar dentro de unos minutos, pueden reconocer que todos sus pasajes podrían
haber sido aceptados por aquel generoso espíritu que fue el Apóstol
de nuestra independencia, José Martí, el héroe que al hacer
de su patria una nación, le fijó para siempre esta generosa norma:
"Con todos y para el bien de todos".
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