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El barbero loco

Frank Correa

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - De la infinidad de personajes engendrados por el período especial, hay uno que se puede considerar el más increíble.

Andábamos por Santa Fe, al noroeste de La  Habana. En una esquina la gente se aglomeraba. Era una cola para pelarse, allí mismo, en la acera, a la sombra de un ocuje, y a mitad de  precio. 

El que se pelaba estaba sentado en el contén. El barbero era chaparro, y en cuchillas trabajaba mejor. Cargaba sus implementos en una jaba: tijeras, peine, un pomo de agua, espejo y una sábana para cubrir al cliente. Mientras  cortaba  imitaba a  Cantinflas. Inventaba una historia de un  triángulo amoroso donde el  marido burlado no se explicaba  la razón de su caos. Hablando con acento mejicano y  con un revoltijo de frases  incompletas, desvirtuaba al cliente, que apenas reparaba en su ornato y reía a mandíbula batiente.

Cuando estuve a solas con el barbero ambulante, no esperó para comentar.

-La gente anda  por la calle cazando oportunidades. Algunos vendedores de los mercados se pelan a cambio de malangas, aguacates, papas, tomates. Con el  carnicero cojo una libra de picadillo. El bodeguero me  paga con jabón o galletas.

Llegó un hombre y el falso Cantinflas lo embobó con el cuento del marido que por no  pelarse resultó engañado. Enseguida lo tuvo sentado en el contén, con la sábana cubriéndole  el pecho y el espejo en la mano. Empezó a cantinflear:

-¿Ya ves, mi cuate? El caso es que si te pones en la incidencia, te lleva el tren de las tres y diez a Guanajuato, y la jefa te va si te pones a comer tacos con ají guaguao. ¿No quieres darte una peladita?