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Nada casual

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Que un consultorio del médico de la familia termine como baño público, centro de apareamientos fortuitos, o en reuniones periódicas para compartir bebidas alcohólicas o drogas, no es nada extraordinario si el local se encuentra en Cuba.

En el reparto La Güinera, ubicado en el municipio capitalino Arrojo Naranjo, se encuentra la referida edificación que presuntamente serviría para llevar los cuidados de salud a nivel de barrios. Ahora el inmueble está deshabitado, sin puertas, ni ventanas. Los ladrones también se benefician con el descontrol y la irracionalidad.

¿Quién carga con la responsabilidad de esa inversión, convertida en un ejemplo de la indolencia que bien podría definirse como institucionalizada y causante de afectaciones de difícil solución? ¿Por qué el estado se embarcó en un proyecto para el que, a todas luces, no tenía una estrategia a largo plazo?

¿Cuál es el grado de eficiencia que aporta este impulso voluntarista que termina, como todos, en el más absoluto fracaso?

La mayor parte de los consultorios médicos son disfuncionales, si es que no están parcialmente destruidos como el de La Güinera. Los médicos asignados para esos menesteres carecen de herramientas para cumplir mínimamente con sus responsabilidades, y se limitan a escuchar a los pacientes, valorar el padecimiento sin ofrecerles ningún medicamento e indicarles, de acuerdo a la situación clínica, el traslado al hospital más cercano.

Encontrar un equipo para medir la presión arterial, un balón de oxígeno o un termómetro en uno de estos sitios, entra en el círculo de las casualidades. Los gastos financieros para darle forma a tales iniciativas se elevaron a partir de la construcción de inmuebles de dos plantas. Abajo, el consultorio, y en el piso superior, el apartamento para el doctor y su familia. Muchos profesionales vieron en esto la oportunidad de conseguir una vivienda, en un país donde el déficit habitacional sobrepasa el millón. 

Innumerables decisiones para convertirse en el médico de la familia tuvieron como trasfondo el interés material. En segundo lugar quedó el compromiso de cuidar la salud del vecindario. Es por eso que salvo excepciones, la calidad de los servicios tiene las fallas suficientes para considerarse pésimos. Además, el salario recibido por los médicos no ayuda a forjarse esperanza alguna de que la situación vaya a remediarse.

Con apenas 25 o 30 dólares al  mes ningún cubano puede salir airoso en el combate contra la pobreza y, ese es el salario promedio de un profesional de la salud cubano.
Poco a poco los consultorios se van quedando vacíos. Los médicos quieren que los seleccionen para ejercer fuera de Cuba. Les da igual Haití, Senegal u otro país del tercer mundo. Siempre se las ingenian para sacar provecho de esas misiones internacionalistas. Con el viaje al extranjero suplen muchas de sus necesidades a través de regalos, negocios de dudosa legalidad y un pequeño estímulo monetario por las adversas condiciones a las que se enfrentan en barrios insalubres y aldeas.

El médico que atendía el consultorio de Arroyo Naranjo, hace tres años que trabaja en el extranjero. Otros han tomado la misma ruta. La millonaria inversión para crear el médico de la familia se diluye en un mar de decepciones