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Diálogo e intolerancia

Luis Manuel de Lima

CARACAS, Venezuela, mayo, www.cubanet.org -Cuba tiene que sobreponerse a los odios acumulados durante 50 años de oprobiosas violaciones de los derechos humanos de quienes pensamos diferente que los llamados “revolucionarios” y del pueblo todo y la Iglesia Católica es un interlocutor válido que debe recibir el apoyo de todos en la coyuntura actual.

Salvar a Cuba de la barbarie que significaría el caos dentro de las filas del gobierno, sin control sobre facciones oficiales enfrentadas por retener el poder, como las FAR y el MININT, es un objetivo importante que debemos tener en cuenta. También es preciso evitar  la violencia que, en una situación de caos, podrían generar aquellos sectores de la sociedad que sobreviven en medio de la desidia y la anarquía impuestas por el régimen que sucumbe.

En Cuba, la falta de alimentos y de los suministros indispensables para vivir cualquier ser humano es ya igual o peor que durante la etapa más traumática del llamado “periodo especial”. La combinación de la crisis internacional y las erróneas decisiones económicas, políticas y sociales, tomadas por el régimen, lo colocan al borde del colapso.  Hoy la dictadura se sostiene solamente sobre los pilares perversos de la represión y el mecanismo de control absoluto del Estado sobre la sociedad. ¿Hasta cuándo podrá hacerlo? No sabemos.

Los continuos abusos de poder disfrazados de legalidad, acompañados del  discurso “nacionalista y moralizante”, que coloca la soberanía nacional (de la dictadura) y sus intereses políticos, por encima de los derechos del hombre, han viciado las relaciones humanas. Detrás de los extremistas se esconden grandes oportunistas que roban y ayudan a mantener el desgobierno y el caos social que amenaza hoy con generalizarse, dentro de la sociedad cubana.

Hay que evitar el caos y la Iglesia Católica debe contribuir con su experiencia a que no ocurra. Es una institución profundamente conocedora de la problemática real del país, comprometida con la preservación de la vida y la activación de los mecanismos institucionales de la justicia, por encima de la violencia que divide y profundiza más las diferencias y el conflicto. No hay que echar más leña al fuego, sino apagarlo.

Hasta el momento, la intolerancia del gobierno de Raúl Castro contradice las expectativas de cambio que generó la salida formal del poder de Fidel Castro en la población, cansada de arrastrar el karma del socialismo.

La guerra que tenemos que librar los cubanos entre nosotros es derrotar los demonios de la intolerancia y sacarnos el “tiranuelo que llevamos por dentro”. Asumir los principios de respeto que la sociedad democrática tiene para lograr la convivencia pacífica y normal de todos en un país. Tenemos que convencer a la sociedad de la necesidad de marchar hacia el objetivo primordial  de construir un sistema de vida y bienestar superior, que minimice y elimine las diferencias sociales.

Nuestra beligerancia debe ser la sana competencia por vencer las vicisitudes actuales y relanzar la nación hacia el futuro.

El diálogo es la única herramienta que puede comprometer al gobierno a respetar las expresiones de disidencia y descontento que hoy, a duras penas, trata de contener con violencia. No obstante, esa no es la solución al problema de fondo que persistirá y que no admite más pañitos calientes. El inmovilismo y la visión dogmática del futuro no lograrán el vuelco que hay que dar al país para salir de la crisis.

La Iglesia y el Gobierno al dialogar deben tener como meta alcanzar objetivos superiores, algo que sólo la confianza entre ellos puede permitir. Busquemos desde lo más profundo de nuestros corazones la calma y la apacibilidad imperiosas para derrotar a los enemigos de esa meta, que son la  minoría ínfima. Ojalá que se ponga fin de inmediato al encarcelamiento por razones políticas. Que el diálogo sea verdadero y no obedezca solamente a la necesidad del régimen de oxigenarse ante la adversa y difícil coyuntura internacional que enfrenta. Que no sea fruto de la presión por la visita inminente del representante del Vaticano.

Dialogar no implica cambiar, pero puede ser un paso inicial que permita puntos de encuentro fundamentales para la resolución del conflicto. La humanidad cuenta con mucha experiencia al respecto y gracias al dialogo se han podido superar guerras y peligros. Cuba no es una excepción, y el diálogo y la tolerancia son sus únicas armas para salir adelante.