www.cubanet.org
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como fuente y su autor.
 

Muchas plazas para una sola Bienal

Lucas Garve

LA HABANA, Cuba, marzo, (www.cubanet.org) -La bienal se extiende por toda la capital habanera. Ocupa más plazas que posibilidades de desplazamiento que poseen los habaneros. Es difícil decidirse a donde ir sin estar listo para un recorrido agotador.

Prepárese,  porque solamente llegar a la fortaleza de La Cabaña, una enorme mole del siglo XVI –XVII enclavada en la ladera del canal del puerto opuesta la ciudad cuesta Dios y ayuda sin un transporte especial.

Mientras,  visitar los emplazamientos dedicados a la Bienal 09 en La Habana Vieja requiere de fuerzas y dinero, porque La Habana Vieja, como es conocida por todo el mundo, es un planeta aparte que gira con divisas.

Lo más aconsejable es llegarse al Palacio de Bellas Artes. Allí, la instalación del artista cubano Roberto Fabelo, titulada Sobrevivientes llama la atención de transeúntes y visitantes, muchos de ellos con su familia al completo. A los niños, los atraen las enormes cucarachas, a los mayores, quizás, les recuerde la lucha incesante contra las cucarachas que invaden obstinadamente cualquier rincón de nuestras casas.

Una mujer que contempla la foto del cartel de anuncio de la flamante Bienal, me apunta asombrada  cómo la ciudad está rodeada de mar y del peligro de quedar sumergido si el nivel del mar se eleva tal como predicen los científicos desde hace años y empata con la Biblia –ya sabía yo por donde venía la cosa-  cuando afirmó sin duda alguna que la próxima inundación estaba predicha por la Biblia.

Pregunto en la recepción si hay un catálogo que pueda llevar y me respondieron negativamente.  Seguramente, se agotaron el primer día. Eso me desorienta pues no puedo ubicar las exposiciones que me interesan, las de los artistas del barrio de Chelsea, la de jóvenes del ISA (Instituto Superior de Arte). Me quedo frente a las cucarachas gigantescas de Fabelo, algo menores a las que hubo en mi morada hasta que compré un tubo de insecticida LO Maté, bastante efectivo.

Volví a la carga con mi interés en llegarme a La Cabaña –a pesar de su historia nada inocente, como la del Tío Tom-  cuando pregunté a un policía motorizado frente al Capitolio si había algún ómnibus afectado al traslado de visitantes a ese sitio, pero el agente patrullero me miró sin entender de qué cosa le hablaba. Hasta aquí llegaron mis deseos de ver la Bienal distribuida en 16 emplazamientos desperdigados por la ciudad.