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El primero en subir al cielo 

Oscar Mario González 

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) – El aniversario 75 del natalicio de Yuri Gagarin el pasado 9 de marzo, no pasó inadvertido para la prensa cubana como venía sucediendo en los últimos años. Evidentemente, las relaciones cubano-rusas han recobrado vitalidad en los meses recientes.

Para el actual gobierno la figura del cosmonauta ruso muerto el 27 de marzo de l968 en un accidente aéreo, tiene especial connotación en tanto fue, junto a Ernesto Guevara, copresidente de la Sociedad de Amistad Soviético-Cubana durante la primera década posterior al triunfo de la revolución cubana.
           
La astronáutica y el mundo en general lo recuerdan como el primer hombre que circunvaló la Tierra en el cosmos. Proeza que, a diferencia del portugués Magallanes cuya expedición en el siglo XVI demoró casi tres años en circunvalar el planeta, o del actor inglés David Niven, que le dio la vuelta al mundo en  80 días en un globo aerostático, Gagarin la realizó en tan sólo una hora y 48 minutos, a bordo de una nave espacial y a una velocidad de 28 mil kilómetros por segundo.
           
Cuando Gagarin circunvaló nuestro planeta el 12 de abril de 1961, el gobierno cubano no pudo sacar toda la ventaja propagandística del suceso como hubiera deseado. En otras circunstancias la cantaleta glorificando al estado soviético como gestor de la mayor hazaña de la humanidad hubiera sido por todo lo alto. En este caso, aunque la algarabía fue grande, el impacto noticioso del primer momento no se pudo aprovechar debidamente. El gobierno recién inaugurado estaba demasiado inmerso en las tareas de la defensa.                                                                                                                           
Un mes antes fueron atacadas las refinerías de Santiago de Cuba por embarcaciones procedentes del exterior, y a la sazón se esperaba un eminente desembarco enemigo por algún lugar del país, lo cual ocurriría cinco días después, por Playa Girón.
             
La primera gran oportunidad para sacarle lascas al asunto se presentaría a finales de julio de ese año, con motivo del VIII Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada. El día 24 del propio mes llegaba el carismático Gagarin a tierra cubana para fundirse en un abrazo con el caudillo revolucionario  más popular del momento.
               
Una semana antes se creaba la Orden Nacional Playa Girón, y fue el visitante soviético el primero en recibirla de manos de Fidel Castro. Diez días antes la recién inaugurada Plaza Cívica pasó a llamarse Plaza de la Revolución, según decreto dictado por el entonces comisionado alcalde de La Habana José A. Naranjo. Era aquel aniversario del Moncada el primer acto público celebrado en dicha Plaza luego del cambio de nombre.
                
El joven cosmonauta ruso de risa fácil y desenvoltura en los gestos; con aquella cara de buena gente, proyectaba una imagen que lo distanciaba de la sobriedad y la mesura propias del carácter eslavo. Los cubanos aplaudían al primer hombre que incursionaba en el cosmos quien, desde la tribuna y junto al recién estrenado Mesías, miraba aquel mar de pueblo antillano formado por todos los colores propios de una raza amalgamada por el cruce y el encuentro de culturas diversas.
                 
Allí, en aquel acto multitudinario, el caudillo rebelde anunciaba la unificación de las diferentes fuerzas gestoras de la revolución en un solo partido, las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas). El totalitarismo había dado, quizás, el paso más decisivo en sus aspiraciones de tragarse a la nación. Ya para entonces, y desde el año anterior, todos los periódicos y medios de comunicación estaban en manos del nuevo poder político.
                  
La multitud frenética aplaudía y se desgañitaba bajo el sol ardiente sol de julio cuando le anunciaban, desde la tribuna, que se empezaba a caminar con paso acelerado hacia el socialismo. Sin saber en qué consistían el anuncio y la promesa. Sin sospechar siquiera la amplitud de significados de tan genérico concepto.

Todo sucedió aquella esplendida tarde de julio, ante la curiosa mirada de aquel simpático visitante, el primer hombre en volar al cosmos, el primero en subir al cielo.