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El miedo del vecino 

Yosvani Anzardo Hernández 

HOLGUÍN, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Muchos vecinos, aunque se conozcan de toda la vida, no se llevan bien. Sin importar si son individuos o naciones. Casi siempre hay disputas y el origen de las mismas se encuentra en la naturaleza humana, donde también está la solución de los conflictos. 

Había una vez dos campesinos cuyas tierras colindaban, y a ambas fincas las  atravesaba el mismo río. El campesino de río arriba era próspero, sus tierras estaban cultivadas y su familia trabajaba y se beneficiaba, porque cada cual realizaba la labor que le gustaba o consideraba más útil. Las menos agradables, como limpiar las cuadras, las hacían los que no podían conducir y reparar la maquinaria o decidir sobre los ciclos de siembra y cosas por el estilo. De cualquier forma, el que lo deseara podía no trabajar en el negocio familiar. 

El campesino de río abajo, por el contrario, era pobre, sus tierras estaban abandonadas y exigía a su familia que trabajara para él; soñaba con ser reconocido como el mejor guajiro del territorio, ambicionaba gloria y poder. Como sus tierras empobrecían por la mala administración, comenzó por cercarlas con la valla más alta del territorio, pretextando que su poderoso vecino deseaba apoderarse de ellas, cuando, en verdad, el vecino miraba con pena cómo se desperdiciaban,.  

Un tractor fue lavado río arriba y el petróleo contaminó las aguas. El campesino pobre armó una algarabía tal que alarmó a la comarca; aseguraba que intentaban envenenar sus cuatro vacas. Si el río traía una empalizada, acusaba a su vecino, y si bajaba el nivel del agua en tiempos de sequía también lo acusaba. Quería a toda costa ser reconocido como el mejor, el más inteligente y valiente, aunque en la práctica su finca era un desastre y él se escudaba detrás de la valla.  

Todos querían ir a trabajar río arriba, pero el campesino pobre no permitía que nadie lo abandonara, rabiaba y maldecía, acusaba al vecino de las cosas más inimaginables. Este no era un santo, pero sólo se preocupaba por sus propios problemas, y nada molestaba más al pobre que ser ignorado. Tenía mucho miedo, pero no de la muerte.

Su miedo consistía en no figurar un día en libros de colores donde se dijera que había sido uno de los hombres más grandes de la historia. Confiaba en que la gente olvidaría su incapacidad administrativa. La vida la veía como medio para alcanzar la gloria, pero mientras pasaba el tiempo más injusticias tenía que cometer contra los suyos para alcanzar la anhelada gloria.  

Sin darse cuenta, con su impiedad, poco a poco hizo irrelevante la gran obra de la valla, realizada cuando abandonó el cultivo de la tierra, o cuando logró salvar las cuatro vacas de las cuales sólo quedaba una. O la vez que reunió a los granjeros de la zona porque tenía algo importante que decirles. Todos recordarían los momentos más recientes de su vida, por mucho que él invocara el pasado. El paso del tiempo se convirtió en su mayor enemigo, al cual temía más que el diablo a la cruz.  

De cualquier forma figuraría en los libros como uno de los pocos hombres que supo encarnar en una vida el mayor de los miedos, y castigó a su familia con su incapacidad, porque tampoco sería el único, aunque tal vez fuera el último. La fama a costa del dolor de los demás ha sido siempre el mayor acto de egoísmo de los hombres. La verdadera gloria está en la entrega y el sacrificio. 

La familia del pobre campesino derribó la valla y comenzó a mirar a través de las rendijas; luego le pidieron que no agregara una palabra más a lo que supuestamente diría el libro sobre él, y no resistió que se cambiaran las palabras de lo que sería su epitafio. Desde entonces comenzó a trabajar, y los vecinos vivieron felices.

Nota: En su tumba alguien propuso que se escribiera: “Aquí yace el pobre campesino que enarboló buenas intenciones, viejos odios y terribles resultados, como muchos otros impíos”. Pero como era muy largo terminaron escribiendo: “Aquí yace el impío".