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Escritores y tiranos

Tania Díaz Castro 

Frase
Es de todos conocido cómo por estos tiempos ciertos escritores de alto vuelo sonríen a los tiranos y aceptan sus lisonjas como buenas meretrices

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Cuando el catedrático y escritor cristiano Michael Novak dijo que la sumisión a la tiranía es la condición más frecuente de la especie humana, seguramente pensó también en algunos escritores.

Es de todos conocido cómo por estos tiempos ciertos escritores de alto vuelo sonríen a los tiranos y aceptan sus lisonjas como buenas meretrices. No son todos, por suerte.
Tampoco son muchos. Hay algunos que, pese a resultarnos admirable lo que escriben, no llegamos a comprender el incondicional apoyo que le brindan a un dictador, ya sea de izquierda, de centro izquierda, de derecha o de extrema derecha. 

En este caso el nombre de Gabriel García Márquez me viene a la mente. ¿Cómo podría explicar este escritor colombiano y Premio Nobel 1982 su entrañable y larga amistad con Fidel Castro, quien ha gobernando de forma dictatorial muchos más años que los más famosos dictadores del mundo? 

Cuenta Dasso Saldívar, su biógrafo, que por los años cincuenta García Márquez se enfrentó a Laureano Gómez, y a su sucesor, el golpista Gustavo Rojas Pinilla, y que por esa razón estuvo diez años en México y España como exiliado voluntario. Como hizo el dictador cubano, Rojas Pinilla cerró periódicos, reprimió con dureza, hizo crecer la deuda del país y aumento la corrupción. 

Tuvo además García Márquez muchas visiones de dictadores fracasados, como Juan Domingo Perón, Manuel Odria, Fulgencio Batista. Contempló en el mausoleo de la Plaza Roja de Moscú a un Stalin recién embalsamado, y en 1958 vio desde una ventana de su apartamento en Caracas cómo se fugaba en un avión Marcos Pérez Jiménez, en medio de una intensa oposición popular. Dicen que fue por esos meses que en su mente comenzó a germinar la idea de escribir sobre el misterio del poder dictatorial. O tal vez fue mucho antes, cuando de niño tuvo ante sus ojos la imagen derrotada y moribunda de Bolívar, en un santuario a donde lo llevó su abuelo y también, por qué no, de sus lecturas, cuando supo en Los idus de marzo, de “un dictador muy viejo, inconcebiblemente viejo, que se queda solo en un palacio lleno de vacas”. 

Por los años sesenta, ya en el poder la llamada Revolución Cubana, todavía el autor de El otoño del patriarca no era amigo íntimo del ¨Muchacho muy espigado, terco y medio loco”, como llamó a Fidel Castro el poeta comunista Nicolás Guillén.

Tampoco García Márquez era amigo de Castro cuando se negó a apoyar en 1971 la campaña difamatoria del régimen cubano contra el escritor y poeta Heberto Padilla. Mucho menos cuando se había convertido en un próspero guionista y publicista.  

Comenzó a conocer bien de cerca el poder de la dictadura cubana en 1980 y parece que le gustó, porque pudo comprobar que “los dictadores mueren horrorizados por la idea de ser descuartizados y digeridos por los perros, mientras sus herederos se reparten el botín de la muerte, opuestos a dar la noticia para ganar tiempo“. 

Hasta pudo comprobar cómo los dictadores tiemblan de miedo cuando sienten el final de la miel del poder.