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Orlando Zapata: La vida por la libertad

La Muerte es principio, no fin (Quintín Bandera) (del libro homónimo de Natalia Bolívar y Natalia del Río) 

Miguel Saludes 

MIAMI, Florida, 24 de febrero, www.cubanet.org -Orlando Zapata ya no está en prisión. Desde este 23 de febrero su espíritu vaga libremente por la Isla de todos los cubanos. Triste signo de muerte que vuelve a tocar el corazón de la patria de Martí, apenas unas horas antes de una jornada heroica, que se encendió en Baire con el grito de Libertad o Muerte.  

El periodista independiente cumplía una larga condena impuesta de manera injusta por un tribunal terrorista y arbitrario. Era uno de los setenta y cinco cubanos castigados con el cruel encierro por el simple hecho de pensar y expresarse con libertad. ¿Acaso no era ese uno de los anhelos por el que dieron su vida cientos de compatriotas, en aquella gesta iniciada un 10 de octubre? ¿No ha sido ese el motivo impulsor de los mayores sacrificios en nuestra historia reciente? 
  
El gobierno castrista habla de crueldades ajenas, pero omite las suyas. Incluso se ofende cuando alguien se las recuerda. Una perversión que hace sufrir de manera trágica a toda la sociedad cubana desde hace décadas. No olvidamos aquellos días en que en las cárceles inglesas se debatían entre la vida y la muerte, empeñados en la porfía de una huelga de hambre, diez militantes del IRA. Margaret Thatcher, haciendo honor al mote de Dama de Hierro con el que pasó a la posteridad, no movió un dedo para cumplir las demandas de los prisioneros que fallecieron. Y no podemos olvidar el hecho por dos razones. Una porque a pesar del carácter violento de su lucha, los condenados eran seres humanos. En segundo lugar porque la prensa oficialista de Cuba reflejó el hecho al detalle, desplegando una amplia campaña en favor de los demandantes.  

En el caso de Zapata la crueldad se verificó al extremo de negar a su madre asistir al hijo en los momentos finales de su existencia. Una bestialidad que nada tiene que ver con los ideales martianos enarbolados por la generación del Centenario.  

No sé  por qué salta a la memoria aquella canción popularizada en la voz de Violeta Parra que clamaba por la reacción del Santo Padre, una vez que supiera de la degollina desatada contra “sus palomas”. Un cuestionamiento que aún espera la respuesta de muchas voces en el mundo, indiferentes ante lo que ocurre en el palomar totalitario en las Antillas.   

En días recientes el mundo pudo ver las condiciones en que se encuentra otro de los presos de la causa del 2003. Ariel Sigler Amaya fue llevado al funeral de su anciana madre en silla de ruedas. Los que conocieron personalmente al preso cuando estaba en libertad quedaron impresionados ante su estado. Las fotos mostradas por los familiares a las cámaras de la prensa presentan un hombre fornido, lleno de juventud y vigor. El contraste de la figura escuálida y envejecida que saludó a los presentes en el velorio con el puño en alto, era evidente.  

El 24 de febrero Cuba vuelve a vestir luto. Ayer lo hizo porque miles de sus hijos se lanzaron a una lucha sin cuartel por lograr la independencia. En fechas cercanas por una ejecución que tuvo como paredón el espacio infinito del cielo que acogió los restos de cuatro compatriotas, desperdigaron como ofrenda libertaria en pleno vuelo. El sol y las olas fueron mudos testigos del crimen. 
  
Hoy la Nación acudirá al sepelio de otro de sus hijos que prefirió ser libre en la muerte a continuar preso en vida. Un gesto que cobra sentido solamente en el símil de la Cruz sacrificial, que propicia vida con la entrega de la propia. Orlando Zapata se ha convertido en ese signo existencial para sus compañeros que aún permanecen en el vil encierro. Su sabia joven se une a la de Pedro Luis Boitel, vertidas por la emancipación de un pueblo sometido tras barrotes virtuales, difíciles de apreciar con la vista, pero iguales de efectivos a la hora de impedir su libertad.