El
dilema de las aceras cubanas
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) -
Después de casi medio siglo de Revolución castrista triunfante,
en los cuales ha proliferado el típico y tradicional solar habanero,
las viviendas improvisadas en locales comerciales y sobre todo las llamadas
barbacoas, habitaciones construidas dentro de otras habitaciones, apenas
sin ventilación ni luz solar, es que la prensa oficialista de
Cuba comenta sobre el problema de las aceras en los municipios de la
capital.
Señala Juventud Rebelde en su sección Acuse de Recibo
cómo las aceras se usan para tender ropa, hacer escalones que
dan paso a las viviendas, como entretenimiento para los niños,
como garaje de motos o talleres de reparación de autos, para
jugar dominó, etc.
Todo eso es cierto, pero hay más. Los cubanos que malviven en
esos lugares desde décadas, se ven forzados a usar la acera como
continuación de sus inmuebles, por llamarlos de algún
modo, porque hacer otra cosa no pueden.
En los días de calor, por ejemplo, para tomar un poco de aire,
hay que sacar sillas o sillones a la acera, si se conversa con los vecinos,
no hay espacio en el inmueble. Hay que salir a la acera. ¿Y qué
hacer con la ropa lavada, si tampoco hay patio en el localcito que ayer,
en el capitalismo, era un establecimiento para vender café, pollo
frito o café con leche y pan con mantequilla?
Es algo muy común transitar por las aceras de La Habana entre
pañales de bebitos en tendederas, blumers, pitusas y sábanas
y pidiendo permiso a quienes se sientan cómodamente en sus viejos
taburetes en las aceras. Esto forma parte ya de nuestro paisaje cotidiano.
Es un pálido reflejo de la gravedad habitacional que sufre el
país a partir de 1959, algo que se agrava por días sin
que pueda vérsele solución alguna.
Sin embargo, lo peor no se ha dicho en la prensa nacional respecto al
dilema de las aceras. En primer lugar, que durante todos estos años
de castrismo no se han restaurado. Se dice que el costo de ese trabajo
hace imposible su reparación. No creo que sea tanto obstáculo
para ciegos y débiles visuales que las aceras sean una prolongación
de las viviendas, como las grandes roturas que las mismas presentan
de por vida y cuya responsabilidad recae en el Estado.
Y algo más: ¿cómo explicar que las aceras, sobre
todo en sus esquinas, permanecen llenas de jóvenes conversando
durante horas, dando la impresión de que Cuba es un país
de vagos? Si usted quiere saber si en Cuba son tantos los que no trabajan
ni estudian, son las aceras las que podrán responderles.
Son, sin lugar a dudas, las que dan la medida de muchas cosas que calla
y oculta la prensa oficialista. Me refiero a la calidad de vida de los
cubanos. Cabe entonces preguntarse si el relator especial de las Naciones
Unidas para el Derecho a la Alimentación, señor Jean Ziegler,
quien recientemente visitó Cuba, pudo contemplar estos espectáculos
y visitar la intimidad de esos míseros hogares de la capital,
donde, como todos los que vivimos en Cuba, sabemos que se vive mal,
muy mal, y que la alimentación está acorde con las pésimas
condiciones materiales de los mismos.
Difícilmente los cubanos dejarán de invadir las aceras
para lo que las necesiten. Esto forma parte ya de una costumbre, surgida
y arraigada en estos años de castrismo.
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